jueves, 17 de septiembre de 2020

El pretérito aflictivo (a J.)

Vuelvo del paseo matinal y veo el aviso en el móvil: 41 mensajes en tres chats. Antes de abrirlos ya he intuido la razón, J. ha muerto. J. es mi amigo; lo digo por última vez en presente, sabiendo que ya no es el tiempo verbal correcto. Llevaba una semana pendiente del teléfono, con J. en el hospital en situación terminal. Aunque sepas cual será el desenlace, la angustia es inevitable, piensas a todas horas: mi amigo J. se está muriendo (y yo también moriré un día). Por eso, sin quererlo, al suceder lo esperado, siento el golpe de la muerte y el alivio del fin de la espera. Ya no sufrirá más, ese sufrimiento se ha acabado, ahora empieza otro para los seres más cercanos. Este nuevo sufrimiento no tiene fin, en el mejor de los casos se irá solidificando con el transcurso del tiempo. Como amigo de muchos años también participo, en un segundo término. Una parte de este pesar es tener que empezar a referirme a J. en pasado: J. era mi amigo. Duele este uso correcto de la gramática, y me parece que debería haber una denominación específica, algo como pretérito impuesto o pretérito aflictivo, para distinguirlo del inocuo, intrascendente tiempo pasado nuestro de cada día.

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