sábado, 21 de marzo de 2020

Diario de la peste

   
    Sábado 14. Comienzo un diario y pasa esto. Alarma general, hay que quedarse en casa. No hay fútbol.


    Domingo 15. Preciosa mañana. Salida furtiva a por el pan y el periódico. Me acuerdo del “Diario del año de la peste” de Daniel Defoe. Por otra coincidencia he comenzado a leer “La peste” de Camus. El paralelismo es obvio, pero se agradece la ausencia de ratas muertas y pústulas malolientes. Tengo una sensación de bomba de neutrones: el paisaje, las casas, los objetos, todo permanece incólume. Los únicos afectados, los seres humanos, no están a la vista. JM, un conocido, decía que no creía en los virus informáticos. Puede que tampoco crea en este. Hace bien poco una chica en la tele: me he convertido al veganismo. ¿Convertido?, no es cuestión de creer o no creer.

    Lunes 16. Confinamiento total, aunque soy de los menos afectados, ya de por sí salgo poco. No pienso escribir el nombre del virus. Hace cien años fue la gran epidemia de gripe, millones de muertos. Los virus no tienen nacionalidad, son tan de aquí como de cualquier parte. Tengo una nueva rutina, y se parece mucho a la antigua. Hago footing en parado con cierta sensación de ridículo. La alfombrilla se va desplazando hacia atrás y me doy la vuelta para no avanzar hacia la puerta en vez de no avanzar hacia la ventana.

    Martes 17. Oigo pasar la barredora. Envidio al operario recorriendo las calles desiertas. No le encuentro sentido al parte meteorológico. Por comentar, llueve. Declarada la cuarentena en la Tierra los únicos seres humanos a salvo son los astronautas de la Estación Espacial Internacional. Entre la ropa ha aparecido una araña. Muy pequeña. Debería haberla tirado por la ventana (y ahí te apañes) pero mi primer impulso ha sido matarla, lo siento. El virus también es una forma de vida. ¿Héroes?, basta con ser honestos, lo dice el doctor Rieux en “La peste”. No me olvido nunca, por desgracia, de que vamos a morir. Es un hecho, con perdón.

    Miércoles 18. Necesidad de asomarse a la ventana para localizar, y odiar cordialmente, al infractor que se salta el toque de queda. Esto es un apocalipsis de serie B, sin zombis ni nada. Este silencio, lo voy a echar de menos. En otro tiempo a está hora estaría en algún bar leyendo el periódico y tomando un café con leche. Se supone que es el momento de mirarnos al espejo y pensar algo. Quiero decir reflexionar por una vez en la vida. Hoy tocaba taller de escritura. Idea para un cuento. En una epidemia alguien mira por la ventana desde su aislamiento y le empieza a parecer que le están acechando. Crece la paranoia. Al final se parapeta en su piso y le llevan al psiquiátrico a la fuerza.

    Jueves 19. La idea de ayer no me convence. Esta es una de esas cosas que pasan una vez en la vida. ¿Cómo recordarán los niños estos días? ¿Como una oscura pesadilla o como un tiempo mágico? Deben de estar todos pintando en casa. De aquí va a salir una generación de artistas. Luego están los ancianos, los que viven solos, los que viven hacinados, los que ya tenían sus propios problemas, ahora agravados. Como casi siempre soy un privilegiado. Pienso en alguien que ahora mismo estaría ayudando como voluntaria.

    Viernes 20. Consejo del periódico, escribir un diario con dibujos. Una propuesta: que este tiempo de reclusión en casa cuente como reducción de pena en caso de una hipotética futura condena. Día a día la cosa se pone más seria. Desde el punto de vista psicológico también. Percibo síntomas de pánico. Resulta que todo el mundo está leyendo “La peste”. Idea para un cuento. Encuentran un diario (como este) en una casa apartada. Las primeras anotaciones son más o menos predecibles. Un día empieza a haber detalles extraños, otra forma de percibir la realidad. Según nos acercamos al final ese efecto va en aumento. En la última entrada queda más o menos patente que el autor lleva varios días muerto.

    Sábado 21. Este diario cumple una semana. Una cosa es segura, esto también pasará. Las campanas de las iglesias siguen sonando, en automático, supongo. Aún encerrado en casa los estímulos exteriores son muchos. La soledad absoluta no existe. Sensación agobiante: el día de mañana va a ser exactamente igual al de hoy. Por mí está bien, soy duro de roer.

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