domingo, 8 de marzo de 2020

Sostiene Heródoto

El año 480 antes de Cristo Jerjes, rey de Persia, cruzó el Helesponto con su ejército. Entonces aquello era el centro del mundo, más o menos. Lo que venía era la segunda guerra médica; las Termópilas, el saqueo de Atenas, la batalla de Salamina. Todo lo cuenta Heródoto, que había nacido cuatro años antes. A Heródoto le han llamado “padre de la historia” y también “padre de las mentiras”. Su ventaja era que la Historia acababa de empezar. Cuando escribe su crónica habrían pasado unos treinta años del cruce, suficientes para que nada que escribiera fuera del todo fiable. De Jerjes no podemos decir mucho, aparte de que era un ser humano. Heródoto cuenta dos sucesos en especial que, quién sabe, pueden hasta ser ciertos en su esencia. El primero es cuando la furia del mar deshizo un primer puente hecho a base de barcos para cruzar los Dardanelos. Jerjes, ofendido, mandó ejecutar a los responsables de la construcción y extendió el castigo al mar, ordenando la administración de trescientos latigazos a las aguas. Un desatino, pero que cobra sentido si pensamos en aquellos tiempos de dioses, tumbas y sabios. Terminado el nuevo puente Jerjes quiso ver su ejército desplegado antes del cruce y para ello se sentó en un trono de mármol en lo alto de una colina. La preparación de la campaña había llevado cuatro años y allí había tropas de todas partes, incluida la misma Grecia. Pudieron ser cien o doscientos mil soldados, con caballería y hasta camellos. A la vista de la impresionante concentración y también de la flota, Jerjes expresó su deleite y satisfacción y tras unos minutos, sostiene Heródoto, lloró. Su tío Artabano, que debía ser el único que se atrevería a hablarle tan directamente, le preguntó cómo es que lloraba en una ocasión tan memorable. Jerjes contestó que de pronto había sentido lástima por todos aquellos hombres al darse cuenta de la brevedad de la vida y de que en cien años ninguno de ellos estaría vivo.

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