Hay
una novela de Martin Amis, “La información”, que termina de esta
forma enigmática: “Y luego está la información, que no es
nada, y llega de noche”. La novela salió en 1995, veinticinco
años después sigo sin entender la frase. Habría que preguntarle a
Amis, pero me gusta pensar que tal vez veía venir estos tiempos,
nuestra sociedad de la información y la aldea global (acierto
semántico y oxímoron). Sí, el mundo ha encogido, alguien se tira
un pedo en Singapur y otro tipo se ríe en Vancouver (el humor de
toda la vida). Todo se ha acelerado, la información llega de noche y
de día y fluye como nunca, y no es nada (en casa tenemos una
enciclopedia Larousse, qué desperdicio). Hubo una temporada que oía
“caralibro” y “colgar en el muro” y pensaba, bueno, si es
importante ya me enteraré; y un día caí, caralibro es facebook en
castizo, acabáramos. Las redes sociales, que no sé si comunican o
incomunican, el whatsapp, absorben los sesos. Lo que prima es la
confusión, el vocerío, las opiniones arbitrarias y las fotos de
gatitos; eso ya lo teníamos en el bar (quitando los gatitos). En la
semblanza de un periodista leo: Por ser refractario a Twitter no
tiene la más mínima repercusión en el mundo global. Aprecio la
ironía y lo entiendo. Me hago un propósito: no seguir los cebos
tipo “las diez series que no te puedes perder” o “la nueva
Pamela Anderson”, ni visitar los sitios “recomendado para ti”;
no mojarme más allá de las rodillas en ese pantano; hacerle caso a
Aute cuando canta: quiero bailar un slow with you tonight; y
luego, abundando, dream, dream, dream.
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