Preferiría no hacerlo decía Bartleby. De este latiguillo negacionista algunos han sacado toda una mística del no. Se diría que al negarse, si bien de una manera tan educada, a trabajar en su oficio de escribiente, Bartleby estaba haciendo una declaración de principios, denunciando el sistema capitalista o algo así. Pero, tal como lo cuenta Melville, lo que le pasaba a Bartleby es que había entrado en un estado depresivo de apatía creciente que le llevaría a dejarse morir de inanición; más le hubiera valido haberlo hecho.
Como principio general es mejor hacer que no hacer. Incluso es preferible hacer algo mal a no hacer nada. No digo que sea mejor hacer el mal. Lo bonito es hacer el bien, y después, no tan bonito pero bonito todavía, es hacer las cosas bien. Pero es imposible hacerlo todo bien, por eso es mejor cojear que estarse quieto y es mejor pintar mal que no pintar nada.
La enseñanza de “Bartleby, el escribiente” es que la inactividad mata. Hay que atreverse, la valentía es mejor que la destreza como cualidad. La destreza es algo que no depende en esencia de tu voluntad, si tienes las manos grandes no es probable que seas un buen relojero. La valentía es una cualidad moral que alimenta tu autoestima.
Es mejor escribir que no escribir, aunque no lo hagas como los ángeles (suponiendo que los ángeles escriban). La escritura perfecta no existe; hasta a Cervantes le debió de salir algún renglón torcido (metáfora). Si te parece que escribes bien, no te fíes, repasa, revísalo al día siguiente; haz caso a tu oído. Me estoy yendo del tema. Escribe si te la da gana, si no, será una lástima, sin más; pero que quede claro, es mejor escribir mal que no escribir.
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