Me ha gustado, y divertido, esto que escribe George Moore —escritor irlandés de hace mucho— sobre los periodos por los que pasa una historia de amor (o más bien, en su época, un matrimonio por amor). Son tres; el primero, un año de misterio y pasión; luego, varios años de pasión sin misterio; y por último, el periodo de resignación.
Todas las historias de amor hablan de mí; como las canciones, como los libros y las películas; porque en todas partes buscamos espejos donde mirarnos metafóricamente. Todas las historias de amor son diferentes; sí, inevitablemente. Pero también son todas iguales, las historias. Es un tema al que vuelvo siempre, un tema sin resolver. Me pregunto, echando la vista atrás, si pensó alguien en enamorarse antes de Romeo y Julieta, antes de Tristán e Isolda.
¿Se enamoraron Adán y Eva? No hizo falta, si no hay más contigo Adán. ¿Los mamíferos se enamoran?, o solo algunos, o ninguno en realidad. Los mamíferos monógamos son más sospechosos de enamoramiento. Sospechosos no es la palabra, porque enamorarse no es nada malo, en principio. En todo caso, no somos monógamos.
Todas las historias de amor deberían tener algo en común, un mínimo común denominador, una marca de agua que dijera esto es amor marca registrada, pero el caso es que el tema no está nada claro. Una buena frase al respecto, de origen incierto, es esta: Every love story is a ghost story (toda historia de amor es una historia de fantasmas). Le veo sentido; algo hay de fantástico, de ilusorio, en el amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario