domingo, 2 de noviembre de 2025

Zapatos nuevos

    La vida es una contrarreloj en la que no sabes donde han puesto la meta. Me he comprado unos zapatos. No he acertado del todo. Por una parte, son buenos para la lluvia, calientes, cómodos. Por otro lado, por la parte de atrás tienen una lengüeta dura que supongo que es para proteger el tendón que compartimos con Aquiles y que dificulta la operación de ponérselos.
    Tengo que aflojar bien los cordones para hacer sitio a la hora de meter el empeine, luego sujeto la lengüeta con los dedos, introduzco el pie en el zapato, con cuidado de no enganchar el calcetín en la lengüeta, tenso de nuevo los cordones y finalmente los ato (de esa forma que conocen mejor mis dedos que mi cerebro). A esto hay que sumar la operación, más fácil, de descalzarse.
    Desde el punto de vista de la organización del trabajo (del trabajo de vivir) estos zapatos no son demasiado eficientes. Mira que había otros, en la zapatería, con cierre de velcro. Estuve tentado de probármelos pero al final su estética no me convenció.
    La cuenta que hago, que hace mi espíritu de ingeniero de organización, es el tiempo que me va a llevar calzarme y descalzarme estos zapatos nuevos y buenos que utilizaré a diario. Tiempo que hay que añadir al que ya empleaba en todas esas tareas cotidianas, rutinarias y necesarias: cepillarse los dientes, ducharse, vestirse, desvestirse, ir al baño, comer, dormir y, si te pones quisquilloso, en trabajar, cuando el trabajo es una aburrida repetición.
    Todo ese tiempo hay que restarlo de la edad de cada uno para obtener el tiempo de vida neto. Comparándolo con lo que hagamos de fundamento en la vida nos dará nuestro grado de eficiencia vital. Un dato que, por suerte, nunca sabremos.