lunes, 8 de diciembre de 2025

La edad de madame Bovary

    Me imaginaba, antes de leer el libro, que la señora Bovary andaría por los cuarenta años, qué menos. Debe de haber sido porque lo miraba desde la perspectiva de este siglo XXI, o mejor dicho del XX, que ha sido el mío durante más tiempo.
    Pero Emma Rouault (su apellido de soltera) nació, en la ficción, en pleno siglo XIX y entonces todo era completamente distinto en cuestiones de género (por mucho que nos quede todavía por cambiar). En la novela no se especifica nada en cuestion de edades y fechas, pero se puede deducir que madame Bovary murió en la veintena, es decir, muy joven.
    Cuando se casó con Charles Bovary, que le sacaba bastantes años, no pasaba de los diecisiete o dieciocho y toda su peripecia matrimonial y adúltera no duraría más de ocho, nueve o, como mucho, diez años. Se puede decir que murió en la plenitud de su belleza, salvando que tuvo una hija, Berthe, de cuyo parto y embarazo no se dice casi nada y a la que no hizo mucho caso.
    En la novela se mencionan varias veces la finura de su talle, la blancura de su tez, la profundidad de sus ojos oscuros y el esplendor de su cabello. También se cita, lo admito, su inteligencia y su virtuosismo al piano (que pierde por falta de práctica); pero vamos, que el valor casi único de una mujer entonces era su belleza y si no hubiera sido por eso Emma no hubiera tenido amantes. Sobre todo en lo referente al primero, Rodolphe; aún el segundo, Léon, aparece envuelto en cierta aura intelectual.
    Hay una escena curiosa que incide en esa parte física de su atractivo; es cuando Justin, el asistente del boticario, queda deslumbrado al ver como, al soltarse el pelo, la melena de ondas negras de la señora Bovary le llega hasta las pantorrillas.

viernes, 5 de diciembre de 2025

Cita de Žižek

    Vargas Llosa en su discurso del Nobel: Cuando se escribe se tiende a inventar el mundo, a contar las cosas desde un punto de vista que es absolutamente personal y que no tiene nada que ver con la realidad. Me gustan las citas, algo que tal vez sea un síntoma de vagancia mental.
    Decía uno, en broma, que casi todas son de Churchill o de Oscar Wilde. Esta otra que traigo no es de ninguno de los dos, sino de un filósofo loco esloveno, Slavoj Žižek (se escribe así, lo siento). Lo de loco lo digo con cariño y un poco también por venganza. Esta es la cita: La humanidad está bien, pero el 99 por ciento de las personas son idiotas. Me ha hecho gracia. Me he sentido identificado; en dos sentidos, el de que el mundo está, en efecto, lleno de botarates y el de que, teniendo en cuenta el porcentaje, sin duda yo mismo soy uno de ellos.
    No puedo hablar por otros, pero tengo claro que en mi paso por este mundo me estoy enterando de poco, no sé tú. Además, este hecho, que haya tanto inconsciente, explicaría muchas cosas. Matiz: parece que la frase completa era, ...el 99 por ciento de las personas son idiotas aburridas (Aquí otro inciso, dice aburridas pero a mí me suena mejor idiotas aburridos). Ahí ya le diría al loco esloveno: idiota, puede; pero aburrido, ¿por qué? Con ese añadido la frase cobra un sesgo despectivo que no nos merecemos, Slavoj, te has pasado.
    La primera parte de la cita es estupenda en sí, la humanidad está bien; tranquiliza, no estamos aquí por nada, un ser humano no está mal, aunque sea un poco idiota. Por otro lado, me hubiera caído mejor (no es que me caiga mal) el filósofo loco si hubiera dicho somos idiotas en lugar de son, un poco de humildad; pero supongo que él se considera parte de ese uno por ciento restante y brillante, y seguramente lo es.

martes, 2 de diciembre de 2025

El fin del mundo y el alcohol de romero

    El fin del mundo va a ser un evento gratuito, pero no parece que vayamos a estar allí —es decir, aquí— para verlo. Para entonces la especie humana hará tiempo que se habrá extinguido. Me refiero al fin de este mundo físico en el que estamos, porque los científicos no descartan que haya otros, también físicos, paralelos o sucesivos en el tiempo.
    Tampoco aludo al otro mundo que nos prometen las religiones. Hablo en plural de religiones sin saber, como casi siempre. La gran baza de (casi) todas ellas es asegurarnos que somos eternos, promesa reconfortante donde las haya.
    Un posible fin de este mundo consiste en una evolución del presente que, bien pensado, no terminaría nunca; con lo que se trataría de un fin infinito (oxímoron, cómo me gustan). La idea es que el universo se expande y no dejará nunca de hacerlo. Las galaxias y las estrellas se irán alejando más y más unas de otras. Same story con planetas, satélites y todo lo demás. Llegará un momento en que este pobre mundo nuestro consistirá en partículas elementales indivisibles separadas entre sí eones de años luz. O igual no, quién sabe.
    Esto podría ser una metáfora de la vida (todo es metáfora de la vida porque todo es vida). Al igual que los astros se alejan unos de otros, un ser humano se separa primero de su madre, en el momento del parto, y luego, paulatinamente, de su lugar de nacimiento, de su infancia, de familiares y amigos, hasta llegar a la muerte completamente solo; aunque también hay quien opina que ya estaba solo desde el principio.
    Pero seamos optimistas, incluso en la mayor de las soledades hay vínculos entre nosotros. Mi madre murió hace siete años, alejándose de mí para siempre, me temo, pero dejó rastros que me siguen uniendo a ella. Por ejemplo, el olor del alcohol de romero con el que humedecía el pañuelo que, cuando me constipaba, me anudaba al cuello.

sábado, 29 de noviembre de 2025

Diversas índoles

    Responde Mariscal, el artista, a una pregunta diciendo que cuando se pone a reflexionar se queda dormido. Dice también que es disléxico, que casi no sabe ni sumar; lo que demuestra que se puede vivir, ser razonablemente feliz e incluso triunfar en la vida —triunfar siempre entre comillas— de muy distintas maneras.
    Son muchos los modos de estar en el mundo; en un arrebato diría que infinitos, pensándolo con tranquilidad, hay tantos como seres humanos. Si partimos de una visión general de las cosas, la vamos ajustando a nuestro caso, la apuramos al máximo, la estiramos, la hervimos y la pasamos por el alambique personal de cada uno obtendremos nuestra manera única, exclusiva de ser y estar.
    En una película dice un personaje que le gusta leer y otro le contesta algo así, Aha, así que te gustan las palabras puestas en fila, una detrás de otra. A mí me gustan desordenadas, varias a la vez en un cierto caos. Eso dice y tal vez se trate de otro tipo de dislexia, pero no tiene por qué ser algo negativo, un defecto o una disfunción; igual es la forma ideal de ver las cosas. Si la dislexia es un trastorno, no ser disléxico puede ser otro.
    Siempre he estado por el orden, los números que cuadran y la palabra pertinente, pero comprendo que hay otros puntos de partida, y que cada forma de masticar la existencia es solo una entre otras muchas; como la de Mariscal o la del personaje de las palabras desordenadas. La película, por cierto, es “Amor en Oslo”, está llena de colores, luces, sombras y diálogos y transcurre en agosto, en Oslo; en esa ciudad en la que, para decirlo todo, ahora en noviembre debe de hacer un frío que pela.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

A.I. all over again

    Tengo un lema para la resistencia: La inteligencia, mejor emocional que artificial. Y un aforismo: La Inteligencia Artificial es como la manzana de Blancanieves. demasiado brillante. De momento, claro; con el tiempo aprenderá a ser un poco más mate, a brillar menos para ser más creíble. También es —lo ha dicho un obispo— muy cariñosa. Queriendo decir que es sibilina, entiendo. Cariñosa es, desde luego, educada, comedida, paciente, lo tiene todo para enamorarse; pero no te fíes.
    Antes de seguir aclaro que no estoy en contra (estoy a favor) y que no tengo ni idea del tema; solo sensaciones, que son justo lo que no tiene ella. La Al (me rindo a las siglas en inglés) solo tiene algoritmos que persiguen imitar a la mente humana (creo). La pega es que detrás hay, precisamente, seres humanos, y lo malo que tenemos los seres humanos es que a partir de los mil millones de dólares (o, peor, euros) nos empiezan a patinar las meninges. Lo digo por ese iluminado que busca la inmortalidad (fiel al ejemplo de Buzz Lightyear). Difícil lo veo.
    Lo ideal sería que todo lo generado por esa presunta inteligencia vaya debidamente etiquetado. No va a pasar, por eso mejor estar en guardia. De momento voy a considerar a la AI como un amigo muy listo para algunas cosas y bastante tonto para otras; como a un “tolosabo” que habla de memoria de lo que no entiende. Con ese espíritu, hay que preguntarle cosas —un dato es un dato— y dudar de todo lo demás.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Esas llamadas

    A mi móvil no le gusta que le llame así, “móvil”, insiste en que es un smartphone y cuando le pregunto qué es eso exactamente responde que es un teléfono inteligente y no añade “cenutrio” pero se lo adivino en el brillo de la pantalla (se le escapa un parpadeo).
    Mi móvil, mi smartphone, me filtra las llamadas dudosas, “sospechosas de spam”, dice él, y solo me informa, por si acaso —supongo— de que a tal hora he recibido una. Tengo que reconocer que tiene buen ojo. Aún así de vez en cuando se cuela alguna que otra. El otro día cogí una.
    Aunque sé que es una pérdida de tiempo, también es un pequeño placer cruel cortarle el rollo al que llama ofreciendo una tarifa privilegiada para lo que sea. Luego me arrepiento porque es solo un mandado. A lo que iba, en esta última que se me ha ocurrido “coger”, la voz que ha salido ha sido una pregrabada diciendo que su curriculum vitae ha sido seleccionado
    He colgado con un poco de rabia. Me ha sentado mal, me ha indignado. Me he sentido engañado por partida doble, Por una parte, por el burdo intento de estafa —no he enviado mi curriculum vitae a ningún lado— y por otra porque el estafador (o estafadora) ni siquiera estaba pagando sueldos de miseria a trabajadores de un centro de llamadas, sino que se servía de algún programa de ordenador que llama incansable a números al azar . Vamos que allí estaba yo queriendo ser más listo que nadie y resultando más tonto. Pero bueno, ¿no somos todos tontos?

    Nota: tenía que escribir esa pregunta final, ¡siete oes!

jueves, 20 de noviembre de 2025

El sexo, la guerra y Woody Allen

    Obsceno, según el diccionario, es ofensivo al pudor; y pudor es honestidad, modestia, recato. La guerra ofende a todo pero no en especial al recato; sí, tal vez, a la modestia y definitivamente lo hace en grado sumo a la honestidad. El sexo, por su parte, ofende al recato y puede que a la modestia —no estoy seguro— pero no veo por qué iba a ofender a la honestidad. Sexualidad y honestidad son conceptos independientes que solo se comunican por vericuetos eclesiásticos.
    Dicho esto y después de dar las gracias a la RAE, nos podemos preguntar por qué esa obsesión de relacionar sexo y obscenidad y esa otra de lamentar los males de la guerra pero aceptar su existencia como inevitable e incluso necesaria. La sombra de la religión sigue siendo alargada. La doctrina dice que fuera del matrimonio, y según como también dentro, el sexo es obsceno, además de pecado.
    Woody Allen a la pregunta de si el sexo es sucio, respondía que sí, cuando se hace bien. Ese aspecto lúdico es importante. En la película “Love and Death”, “Amor y muerte”, una parodia-homenaje de “Guerra y paz”, Diane Keaton le decía a Woody que el sexo sin amor es una experiencia vacía; y él respondía que sí, pero que como experiencia vacía es una de las mejores.
    En cuanto a la guerra su personaje en "Annie Hall" había sido declarado apto únicamente para ser rehén. ¿Es la guerra obscena? Pues sí, además de otras muchas cosas. ¿Y el sexo, es obsceno? No, en principio. La diferencia entre el sexo y la guerra es que mientras en el sexo la práctica es mejor que la teoría, en la guerra lo recomendable es quedarse en el plano teórico y evitar a toda costa el práctico. Resumiendo: el sexo es necesario, la guerra no.