Mi móvil, mi smartphone, me filtra las llamadas dudosas, “sospechosas de spam”, dice él, y solo me informa, por si acaso —supongo— de que a tal hora he recibido una. Tengo que reconocer que tiene buen ojo. Aún así de vez en cuando se cuela alguna que otra. El otro día cogí una.
Aunque sé que es una pérdida de tiempo, también es un pequeño placer cruel cortarle el rollo al que llama ofreciendo una tarifa privilegiada para lo que sea. Luego me arrepiento porque es solo un mandado. A lo que iba, en esta última que se me ha ocurrido “coger”, la voz que ha salido ha sido una pregrabada diciendo que su curriculum vitae ha sido seleccionado…
He colgado con un poco de rabia. Me ha sentado mal, me ha indignado. Me he sentido engañado por partida doble, Por una parte, por el burdo intento de estafa —no he enviado mi curriculum vitae a ningún lado— y por otra porque el estafador (o estafadora) ni siquiera estaba pagando sueldos de miseria a trabajadores de un centro de llamadas, sino que se servía de algún programa de ordenador que llama incansable a números al azar . Vamos que allí estaba yo queriendo ser más listo que nadie y resultando más tonto. Pero bueno, ¿no somos todos tontos?
Nota: tenía que escribir esa pregunta final, ¡siete oes!