J R R y C S fueron grandes amigos. Abrigo la sospecha de que cuando a alguien (británico) se le conoce por sus iniciales es que alguna de ellas esconde un nombre poco usual o directamente excéntrico. En este caso, la segunda R de J R R corresponde a Reuel, nombre que sale en la Biblia, y la S de C S es por Staples, que decididamente no es un nombre sino un apellido (al parecer el de una de sus bisabuelas).
La lectora avispada ya se habrá dado cuenta de que J R R y C S son Tolkien y Lewis, los autores de dos sagas clásicas de la literatura: El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia. Staples, por cierto, en castellano significa “grapas”; podría haber sido un apodo puesto en uno de esos internados donde los ingleses adquirían su sentido del humor.
Todo este cansino preámbulo es para contar una observación de C S Lewis que me ha hecho sonreír. La dice de pasada en su libro Four Loves, en el que analiza los cuatro tipos de amor que hay, según él: Afecto, Amistad, Eros y Caridad (ahora estoy con esta, creo que se refiere a la caridad cristiana; amar al prójimo, qué difícil).
A una de estas desliza la afirmación de que el universo no es necesario. La explicación, se apresura a aclarar, es que Dios no creó el universo porque lo necesitara (no sé por qué lo creó). En esto, además, no hay término medio, lo que no es necesario es innecesario.
El caso es que el universo no es necesario y en consecuencia los seres humanos tampoco (¡pero aquí estamos!). Necesario, ahora que lo pienso, es lo mismo que imprescindible, aunque esto último suene más urgente. Ya sabíamos que nadie es imprescindible; lo curioso es que, según opinaba C S Lewis, tampoco lo es el mismo universo.
Duroderroer
...with no particular place to go.
sábado, 5 de julio de 2025
miércoles, 2 de julio de 2025
Obsesión
Pasan los días pero sigue siendo ahora. El tiempo (el de Cronos) es un tema eterno. Lo medimos, a pequeña escala, con un invento humano, el reloj (segundos, minutos, horas) y a gran escala (días, años) con los giros de la Tierra sobre sí misma y en torno al Sol. Claro que esa gran escala nuestra es una escala piccolissima para el Universo. Nunca lo pierdo de vista, el Universo, lo desconocido, la materia oscura, lo poco que somos.
Hay un deseo inconsciente en nosotros de parar el tiempo. Como, obviamente, no podemos detener la rotación de la tierra, hemos, o he, encontrado un método indirecto para lograrlo (lograr parar el tiempo). El truco, el espejismo, el autoengaño, consiste en que cada día sea indistinguible del anterior.
Si mis días son todos parecidos el resultado práctico será, es, que el tiempo, en apariencia, se repite. Este sistema de eludir el paso del tiempo es en parte, o en todo, inconsciente y nos permite llevar a cabo pequeñas grandes hazañas. Por ejemplo la de ir verano tras verano al mismo sitio a pasar unos días de vacaciones. Para cuando te das cuenta ya ha pasado medio siglo de vacaciones suspendidas en el espacio y en el tiempo.
Pienso en todo esto (porque no pienso en otras cosas) y creo darme cuenta de la verdad de fondo. La verdad que he confesado al principio: no hay ni pasado ni futuro, siempre es ahora. Hasta que no lo sea, pero yo ahí ya no entro. No entro ahí porque no salgo de aquí, de mi ahora.
Hay un deseo inconsciente en nosotros de parar el tiempo. Como, obviamente, no podemos detener la rotación de la tierra, hemos, o he, encontrado un método indirecto para lograrlo (lograr parar el tiempo). El truco, el espejismo, el autoengaño, consiste en que cada día sea indistinguible del anterior.
Si mis días son todos parecidos el resultado práctico será, es, que el tiempo, en apariencia, se repite. Este sistema de eludir el paso del tiempo es en parte, o en todo, inconsciente y nos permite llevar a cabo pequeñas grandes hazañas. Por ejemplo la de ir verano tras verano al mismo sitio a pasar unos días de vacaciones. Para cuando te das cuenta ya ha pasado medio siglo de vacaciones suspendidas en el espacio y en el tiempo.
Pienso en todo esto (porque no pienso en otras cosas) y creo darme cuenta de la verdad de fondo. La verdad que he confesado al principio: no hay ni pasado ni futuro, siempre es ahora. Hasta que no lo sea, pero yo ahí ya no entro. No entro ahí porque no salgo de aquí, de mi ahora.
domingo, 29 de junio de 2025
Comunicando
Paso junto a un andamio y me sorprende el grito de uno de los trabajadores dirigiéndose a un compañero: ¡No te escucho! No creo que sea una ironía; no te oigo es, probablemente, lo que ha querido decir. Esto, y otras cosas, me hacen reflexionar (una vez más) sobre el fenómeno de la conversación, o sea de la comunicación.
Hablar, callar, oír y escuchar. Damos por bueno el hecho de que cuando hablamos con el prójimo nos estamos comunicando. Sí y no. Más no que sí. Escribió Pessoa: “Con qué confianza creemos en nuestro sentido de las palabras de los otros”. Lo que dice el prójimo tiene al menos dos interpretaciones, la que él le quiere dar y la que yo le doy.
Entenderse, esa quimera. Eso suponiendo que escuchamos atentamente. No es lo habitual. A menudo el que tiene algo que decir —o sin tener nada dice algo— no está pensando en el otro más que como receptor de su mensaje. No le importa su opinión, solo quiere que refleje la suya, que le sirva de espejo. No es injusto del todo porque al otro le suele pasar lo mismo. Nos gusta más hablar que escuchar.
Tercer matiz (si es que llevo bien la cuenta), hablamos y hablamos y luego caemos en que hubiera sido mejor callar más. Cuantas veces, más tarde, camino de casa, se arrepiente uno de haber hablado tanto. Otra cosa que pasa a menudo, que resulta cómica para un espectador imparcial, es que los dos interlocutores terminen hablando a la vez, pisándose las frases el uno al otro.
Incluso respetando los turnos, muchas veces una conversación es la suma de dos monólogos que se alternan. Propongo este aforismo sobre la comunicación, a partir del conocido dicho de las buenas intenciones: el infierno, el purgatorio y hasta el mismísimo cielo están empedrados de malentendidos.
Hablar, callar, oír y escuchar. Damos por bueno el hecho de que cuando hablamos con el prójimo nos estamos comunicando. Sí y no. Más no que sí. Escribió Pessoa: “Con qué confianza creemos en nuestro sentido de las palabras de los otros”. Lo que dice el prójimo tiene al menos dos interpretaciones, la que él le quiere dar y la que yo le doy.
Entenderse, esa quimera. Eso suponiendo que escuchamos atentamente. No es lo habitual. A menudo el que tiene algo que decir —o sin tener nada dice algo— no está pensando en el otro más que como receptor de su mensaje. No le importa su opinión, solo quiere que refleje la suya, que le sirva de espejo. No es injusto del todo porque al otro le suele pasar lo mismo. Nos gusta más hablar que escuchar.
Tercer matiz (si es que llevo bien la cuenta), hablamos y hablamos y luego caemos en que hubiera sido mejor callar más. Cuantas veces, más tarde, camino de casa, se arrepiente uno de haber hablado tanto. Otra cosa que pasa a menudo, que resulta cómica para un espectador imparcial, es que los dos interlocutores terminen hablando a la vez, pisándose las frases el uno al otro.
Incluso respetando los turnos, muchas veces una conversación es la suma de dos monólogos que se alternan. Propongo este aforismo sobre la comunicación, a partir del conocido dicho de las buenas intenciones: el infierno, el purgatorio y hasta el mismísimo cielo están empedrados de malentendidos.
jueves, 26 de junio de 2025
Catedral
Hace calor y, por lo visto, más que va a hacer. Cuando levantaron las iglesias no creo que pensarán en ello, en el calor, pero el caso es que en verano dentro se está bien. Por eso mismo, además de por simple curiosidad, nos hemos metido en la catedral. No diré en cual, para no caer en localismos; así cada uno se puede imaginar la que quiera.
En la puerta un joven capta las conversaciones y apunta datos complementarios: nombres de santos, siglos de antigüedad. Me doy cuenta de que tiene en la mano una taza de hojalata: está pidiendo (limosna). Como nadie se rasca el bolsillo añade un comentario algo agresivo sobre el paro.
El interior está en penumbra, la luz del día entra por las vidrieras de colores allá en lo alto. Hay bastante gente y se oye el rumor de los pasos y la cantinela de una guía que da sus explicaciones a un grupo numeroso. Casi todas son mujeres de cierta edad. Cuando acaba con el retablo del altar mayor, la guía hace la broma correspondiente e invita al grupo a seguirla por la girola. La girola es el espacio que circunda el altar mayor. Circundar es..., etcétera.
A media girola, en una hornacina, hay un cuadro que representa a la Virgen al pie de Cristo crucificado y es obra, al parecer, de un famoso maestro italiano. Para verlo bien hay que meter una moneda que activa la iluminación. Este detalle de la monedita no deja de sorprender un poco. Uno del grupo, voluntarioso, la introduce, pero no pasa nada.
Hay otro par de intentos y la guía acaba yendo a la sacristía a informar del problema. Alguien enciende las luces desde allí. El cuadro es bonito, de líneas sencillas y tonos suaves. La guía insiste en su autenticidad, lo que obviamente no hace sino alimentar las dudas al respecto. Sobrepaso al grupo con dificultad y me quedo sentado un buen rato en uno de los bancos de la nave principal.
En la puerta un joven capta las conversaciones y apunta datos complementarios: nombres de santos, siglos de antigüedad. Me doy cuenta de que tiene en la mano una taza de hojalata: está pidiendo (limosna). Como nadie se rasca el bolsillo añade un comentario algo agresivo sobre el paro.
El interior está en penumbra, la luz del día entra por las vidrieras de colores allá en lo alto. Hay bastante gente y se oye el rumor de los pasos y la cantinela de una guía que da sus explicaciones a un grupo numeroso. Casi todas son mujeres de cierta edad. Cuando acaba con el retablo del altar mayor, la guía hace la broma correspondiente e invita al grupo a seguirla por la girola. La girola es el espacio que circunda el altar mayor. Circundar es..., etcétera.
A media girola, en una hornacina, hay un cuadro que representa a la Virgen al pie de Cristo crucificado y es obra, al parecer, de un famoso maestro italiano. Para verlo bien hay que meter una moneda que activa la iluminación. Este detalle de la monedita no deja de sorprender un poco. Uno del grupo, voluntarioso, la introduce, pero no pasa nada.
Hay otro par de intentos y la guía acaba yendo a la sacristía a informar del problema. Alguien enciende las luces desde allí. El cuadro es bonito, de líneas sencillas y tonos suaves. La guía insiste en su autenticidad, lo que obviamente no hace sino alimentar las dudas al respecto. Sobrepaso al grupo con dificultad y me quedo sentado un buen rato en uno de los bancos de la nave principal.
lunes, 23 de junio de 2025
Atajo hacia la nada
La vida es un viaje hacia la nada y la escritura un atajo, María Negroni. Hace poco que sé de esta mujer. Cosa normal por otra parte, no se puede conocer a todo el mundo, ni siquiera reduciendo el campo al ámbito de la literatura. El número de autores que han sido, o son, es demasiado grande (y me refiero solo a los buenos).
Esta frase del principio es sugerente, con sus dos partes. La primera, la vida es un viaje hacia la nada, es una afirmación digna de un ateo e inquietante para los agnósticos. De qué va la vida es algo que nos da qué pensar, sabiendo que, en cualquier caso, nunca lo averiguaremos. Pero eso, ir hacia la nada, tiene toda la lógica de la física y de la química; al menos teniendo en cuenta lo que sabemos a día de hoy.
Nacemos de la casi nada (de la unión de dos células) y acabamos en la disolución de nuestro cuerpo al llegar la muerte. Esta afirmación tan contundente, lo del viaje hacia la nada, no la hace Negroni convencida del todo, la plantea como una posibilidad (en su libro “El corazón del daño”).
Luego añade que la escritura es un atajo. ¿Un atajo hacia la nada? Más bien creo que lo que quiere decir es que la literatura es un atajo a la hora de llegar a la conclusión anterior; la literatura nos ayuda a razonar, o intuir, que la vida es un viaje hacia la nada; que gracias a la misma literatura, o por culpa suya más bien, se nos hace corto. O algo así.
Esta frase del principio es sugerente, con sus dos partes. La primera, la vida es un viaje hacia la nada, es una afirmación digna de un ateo e inquietante para los agnósticos. De qué va la vida es algo que nos da qué pensar, sabiendo que, en cualquier caso, nunca lo averiguaremos. Pero eso, ir hacia la nada, tiene toda la lógica de la física y de la química; al menos teniendo en cuenta lo que sabemos a día de hoy.
Nacemos de la casi nada (de la unión de dos células) y acabamos en la disolución de nuestro cuerpo al llegar la muerte. Esta afirmación tan contundente, lo del viaje hacia la nada, no la hace Negroni convencida del todo, la plantea como una posibilidad (en su libro “El corazón del daño”).
Luego añade que la escritura es un atajo. ¿Un atajo hacia la nada? Más bien creo que lo que quiere decir es que la literatura es un atajo a la hora de llegar a la conclusión anterior; la literatura nos ayuda a razonar, o intuir, que la vida es un viaje hacia la nada; que gracias a la misma literatura, o por culpa suya más bien, se nos hace corto. O algo así.
viernes, 20 de junio de 2025
Teorizo
Se suele decir que no se puede elegir la familia pero sí los amigos y es cierto, en parte. Uno no elige a su familia al nacer, claro; tampoco le preguntan, recién nacido, qué le apetece para desayunar o si prefiere los patucos blancos o los grises. Si todo va bien uno no elige nada hasta una cierta edad. Luego sí, puede elegir, dentro de un orden; hay que reconocerlo.
Uno puede escoger a sus amigos más o menos. Los puede elegir entre la gente que le pilla cerca y que además, a su vez, le quieren elegir a él como amigo. Es como lo de la igualdad de oportunidades; sí, de acuerdo, en una democracia auténtica el estado ofrecerá becas para que los capaces puedan estudiar. Sin embargo, la realidad es que no todos partimos con las mismas oportunidades. Incluso habiendo becas, en la carrera de la vida unos salen de abajo del todo de la montaña y otros ya han subido en el funicular propiedad privada de su familia casi hasta arriba y lo que hacen es darse un paseíto hasta la cumbre.
La comparación, me doy cuenta tarde, no sé si tiene mucho que ver. Puede que sí, aunque sea desde un punto de vista indirecto. Y luego está —para desviarme un poco más del tema, o tal vez para centrarlo, who knows— la elección más importante de la vida, en ese aspecto de las relaciones, que es la elección de la pareja, de la única o de cada una de ellas. La pareja es a la vez amistad y familia. Aún diría más, es la mayor de las amistades y la familia más importante; aunque no deje de ser familia política.
Uno puede escoger a sus amigos más o menos. Los puede elegir entre la gente que le pilla cerca y que además, a su vez, le quieren elegir a él como amigo. Es como lo de la igualdad de oportunidades; sí, de acuerdo, en una democracia auténtica el estado ofrecerá becas para que los capaces puedan estudiar. Sin embargo, la realidad es que no todos partimos con las mismas oportunidades. Incluso habiendo becas, en la carrera de la vida unos salen de abajo del todo de la montaña y otros ya han subido en el funicular propiedad privada de su familia casi hasta arriba y lo que hacen es darse un paseíto hasta la cumbre.
La comparación, me doy cuenta tarde, no sé si tiene mucho que ver. Puede que sí, aunque sea desde un punto de vista indirecto. Y luego está —para desviarme un poco más del tema, o tal vez para centrarlo, who knows— la elección más importante de la vida, en ese aspecto de las relaciones, que es la elección de la pareja, de la única o de cada una de ellas. La pareja es a la vez amistad y familia. Aún diría más, es la mayor de las amistades y la familia más importante; aunque no deje de ser familia política.
martes, 17 de junio de 2025
Todas las personas (y 2)
No escribo novelas —por falta de talento— pero si las escribiera (si averiguara que escribiría si escribiese) no me quedaría otro remedio que redactarlas en primera persona. Porque es la única voz que conozco, la mía propia. Es la única forma de aparecer verosímil, aunque te estés inventando cosas. Me reconozco incapaz de meterme en la psique de nadie.
Cuando alguien empieza a generalizar, a dar por sentado que está expresando el sentir general, se le suele decir: “habla por ti” (porque solo a ti te representas). La voz en primera persona del singular es la que mejor entendemos. Nos agrada —me parece— porque nos sitúa ante un igual, ante un espejo, y es la mejor oportunidad que podamos tener de asomarnos al interior de otro ser humano; aunque no somos tan ingenuos como para no sospechar que nunca nadie nos va a confesar toda la verdad de sí mismo (todas sus vergüenzas). O casi nunca, hay gente para todo.
Luego está segunda persona del singular. A veces la utilizo, casi sin darme ni cuenta. Pero es que escribir en segunda persona no deja de ser una forma retórica de seguir hablando por uno mismo, reconociendo que al fin y al cabo tú y yo somos los dos humanos, que de alguna forma yo soy tú y tú eres yo; que somos bastante intercambiables, mal que nos pese.
Cuando alguien empieza a generalizar, a dar por sentado que está expresando el sentir general, se le suele decir: “habla por ti” (porque solo a ti te representas). La voz en primera persona del singular es la que mejor entendemos. Nos agrada —me parece— porque nos sitúa ante un igual, ante un espejo, y es la mejor oportunidad que podamos tener de asomarnos al interior de otro ser humano; aunque no somos tan ingenuos como para no sospechar que nunca nadie nos va a confesar toda la verdad de sí mismo (todas sus vergüenzas). O casi nunca, hay gente para todo.
Luego está segunda persona del singular. A veces la utilizo, casi sin darme ni cuenta. Pero es que escribir en segunda persona no deja de ser una forma retórica de seguir hablando por uno mismo, reconociendo que al fin y al cabo tú y yo somos los dos humanos, que de alguna forma yo soy tú y tú eres yo; que somos bastante intercambiables, mal que nos pese.
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