Pasan los días pero sigue siendo ahora. El tiempo (el de Cronos) es un tema eterno. Lo medimos, a pequeña escala, con un invento humano, el reloj (segundos, minutos, horas) y a gran escala (días, años) con los giros de la Tierra sobre sí misma y en torno al Sol. Claro que esa gran escala nuestra es una escala piccolissima para el Universo. Nunca lo pierdo de vista, el Universo, lo desconocido, la materia oscura, lo poco que somos.
Hay un deseo inconsciente en nosotros de parar el tiempo. Como, obviamente, no podemos detener la rotación de la tierra, hemos, o he, encontrado un método indirecto para lograrlo (lograr parar el tiempo). El truco, el espejismo, el autoengaño, consiste en que cada día sea indistinguible del anterior.
Si mis días son todos parecidos el resultado práctico será, es, que el tiempo, en apariencia, se repite. Este sistema de eludir el paso del tiempo es en parte, o en todo, inconsciente y nos permite llevar a cabo pequeñas grandes hazañas. Por ejemplo la de ir verano tras verano al mismo sitio a pasar unos días de vacaciones. Para cuando te das cuenta ya ha pasado medio siglo de vacaciones suspendidas en el espacio y en el tiempo.
Pienso en todo esto (porque no pienso en otras cosas) y creo darme cuenta de la verdad de fondo. La verdad que he confesado al principio: no hay ni pasado ni futuro, siempre es ahora. Hasta que no lo sea, pero yo ahí ya no entro. No entro ahí porque no salgo de aquí, de mi ahora.
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