domingo, 29 de junio de 2025

Comunicando

    Paso junto a un andamio y me sorprende el grito de uno de los trabajadores dirigiéndose a un compañero: ¡No te escucho! No creo que sea una ironía; no te oigo es, probablemente, lo que ha querido decir. Esto, y otras cosas, me hacen reflexionar (una vez más) sobre el fenómeno de la conversación, o sea de la comunicación.
    Hablar, callar, oír y escuchar. Damos por bueno el hecho de que cuando hablamos con el prójimo nos estamos comunicando. Sí y no. Más no que sí. Escribió Pessoa: “Con qué confianza creemos en nuestro sentido de las palabras de los otros”. Lo que dice el prójimo tiene al menos dos interpretaciones, la que él le quiere dar y la que yo le doy.
    Entenderse, esa quimera. Eso suponiendo que escuchamos atentamente. No es lo habitual. A menudo el que tiene algo que decir —o sin tener nada dice algo— no está pensando en el otro más que como receptor de su mensaje. No le importa su opinión, solo quiere que refleje la suya, que le sirva de espejo. No es injusto del todo porque al otro le suele pasar lo mismo. Nos gusta más hablar que escuchar.
    Tercer matiz (si es que llevo bien la cuenta), hablamos y hablamos y luego caemos en que hubiera sido mejor callar más. Cuantas veces, más tarde, camino de casa, se arrepiente uno de haber hablado tanto. Otra cosa que pasa a menudo, que resulta cómica para un espectador imparcial, es que los dos interlocutores terminen hablando a la vez, pisándose las frases el uno al otro.
    Incluso respetando los turnos, muchas veces una conversación es la suma de dos monólogos que se alternan. Propongo este aforismo sobre la comunicación, a partir del conocido dicho de las buenas intenciones: el infierno, el purgatorio y hasta el mismísimo cielo están empedrados de malentendidos.

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