lunes, 25 de mayo de 2020

Léxico lindo

Las palabras son todo lo que tenemos para hacernos entender y para entendernos a nosotros mismos, para pensar el mundo. Me he venido arriba, por quedar bien; no pensamos el mundo, no en mi caso al menos; justo justo jugamos con cuatro ideas mal aprendidas. Según un dato que tengo archivado en alguna parte, el ser humano llega a su plenitud física a los veinticinco años. Habrá quien diga que es a los treinta, vale. La pregunta es a qué edad se llega a la plenitud mental. Se lo pregunto a Google y me sorprende: la plenitud mental se alcanza a los veintidós años, el deterioro comienza a los veintisiete (aquí citar el caso de Einstein). Sin embargo, por fortuna, el vocabulario de una persona va aumentando con la edad, parece ser. Tenemos, pues, una paradoja; según acumulamos años disponemos de más palabras y de menos capacidad mental para organizarlas. Bien, aquí estamos, ordenando palabras, a pesar de todo. Mi impresión, en cuanto al vocabulario, es que se trata de un proceso automático. No es que uno piense y seleccione una palabra, sino que la palabra acude al llamado del momento, de forma espontánea, como por arte de birlibirloque. Con los años, y ya lejos de la plenitud física e intelectual, la mente me sorprende de vez en cuando con una palabra antigua, que no he oído hace tiempo, una palabra que acojo con cariño, que me parece de pronto preciosa, original, musical. Por supuesto, ahora que necesitaría dar un ejemplo, no me acuerdo de ninguna. Todo esto desde el lado optimista. El envés del asunto es la pérdida inevitable de memoria, ¿se me está borrando el disco duro? Claro que sí, como a todos, es parte del deterioro. Ya hace años, como un adelanto de lo que vendría, me pasaba que no me acordaba del nombre de ese actor americano, sí hombre, el que hizo Taxi Driver y salía en El padrino, y luego engordó muchísimo para aquel papel de boxeador. De Niro, ese mismo. También me pasaba con Paul Newman y algún otro, algunos otros y otras. Aquello fue una especie de aviso o aperitivo; ahora me pasa más. Pero sé que lo sé, tengo la palabra ahí, en la punta de la lengua o en el camarote de la memoria. Ya me vendrá, me digo; y con el tiempo, por la tarde, al día siguiente, me viene, de momento. Los discos duros también son así, aunque borres uno, la información sigue ahí y un experto informático la puede recuperar. Algún día pasará también con la mente humana, se podrá recuperar la información, o los disparates, almacenados. Mientras tanto el único paliativo es repasar nuestro vocabulario, leer; y escribir, los más osados.

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