Casi cualquier aparato de
uso doméstico está hecho para que dure un tiempo limitado. Cumplido
ese plazo lo más probable es que se estropee y que, además, para
entonces el modelo ya ni se fabrique. La experiencia me lo ha
confirmado en muchas ocasiones; con la lavadora, el frigorífico o,
en otra escala, el mismo coche. Redondeando, estimo ese tiempo de
vida media en unos diez años. Digo esto a propósito de la tele
pequeña que tenemos en el cuarto. No sé su “edad” con
exactitud, pero ya ha superado ese plazo seguro. Es de la marca Sanyo
(extended version: Sanyo en japonés significa “tres océanos”,
había una fábrica en Tudela). La proporción de la pantalla, la
relación de aspecto, es de cuatro a tres, no la apaisada de ahora,
dieciséis a nueve. Hace ya mucho que no responde al mando de control
remoto. Con los últimos cambios de frecuencias se habían dejado de
ver varias cadenas, así que el domingo me puse a la tarea de
resintonizarla. Sin el mando se complica un poco, hay que pulsar los
botones del lateral, que además tampoco responden a la primera.
Mientras tanteaba en busca del menú correspondiente, ha aparecido en
la pantalla una de esas películas para la televisión que suelen dar
las tardes de domingo. Una pareja en una sala; ella sentada en el
sofá, él, de pie, dice: La melancolía es la hermana guapa de la
tristeza. Así, de repente. No vi más, seguí pulsando botones, la
frase quedó flotando en mi cabeza. Conseguí recuperar los canales
perdidos. He indagado y esa frase no la ha dicho nadie en especial, o
es tan pedestre que la ha dicho todo el mundo. La hermana guapa, hay gustos (un saludo a la nostalgia, la prima resultona). Le podemos dar
la vuelta: la tristeza es la hermana fea de la melancolía. Pero,
ahora mismo, estar triste me parece más natural que estar
melancólico. Le tengo más simpatía a la tristeza. La melancolía
me empieza a parecer afectada, caprichosa, podría ser el nombre de
una enfermedad intestinal. En todo caso sería más bien la hermana
snob de la humilde, sencilla, honesta tristeza.
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