lunes, 4 de mayo de 2020

Somos, en serio

De una serie: ¿Cuál es la diferencia entre un marido que vuelve a casa de trabajar y un marinero que sale del barco de permiso?, pues unos diez mil voltios. Tocas al marido, en el hombro, y no sientes nada; tocas al marinero y sales volando a cinco metros de distancia. El marido deja el portafolio y las llaves encima de la mesa, se afloja la corbata, y se desploma en el sofá. El marinero, Gene Kelly, mira a derecha e izquierda, sonríe, echa a correr y salta con los brazos abiertos, rodillas hacia un lado y pies hacia el otro. No tiene tiempo que perder. Hay personas así, sin necesidad de enrolarse en la marina. He conocido algunas, las he admirado. Tienen esa joie de vivre. Una cuestión de voltaje, de energía. En mayor o menor medida la tenemos todos, es nuestro instinto de supervivencia. Es innato, sin duda, pero también se puede trabajar, hay que creer. No hay como tener ese espíritu de marinero que esta noche liga seguro. Tengo ahí, en la recámara, una frase de Eduardo Galeano. Para no herir a nadie la disparo al aire: Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. Bonita, aunque contradictoria; o bonita por contradictoria. Lo que hacemos es la energía trasformada en vivencias. En términos de tensión (voltios): lo que importa son los voltios que hemos descargado, los latigazos eléctricos que hemos obsequiado a familiares, amigos y desconocidos. La vida que se ha derramado a nuestro paso (o propalado, más explosivo). Somos lo que somos, me temo, pero nos conviene pensar que no nos conformamos y hacemos algo por cambiar, por mejorar. Primer requisito para cualquier cosa, reconocer que dejamos mucho que desear. Pruebo a retocar la frase: somos lo que hemos hecho para cambiar lo que eramos. A veces, en consecuencia, no somos nada.

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