lunes, 13 de abril de 2020

De la caridad

“Es que mi marido es imprescindible”. No sé, no creo que lo dijera sin más, suena demasiado tonto. Pero el marido, un vecino, es gerente en una empresa. Le empezamos a llamar así, “el imprescindible”, y también “el gerente”, aunque no lo conocemos de nada, ni sabemos a qué se dedica su empresa. Viven en otro portal del mismo bloque, desde la cocina se ve su balcón. Un día, lo veo regando las plantas a media mañana. La empresa ha cerrado y está en el paro. El imprescindible, vaya. Casi me alegro, pero me arrepiento en seguida. En junio, abre un puesto de periódicos en un local pequeño; con revistas y chucherías. Al pasar, me suelo quedar mirando las portadas y espío con disimulo. He ahí un hombre venido a menos, pienso. Me está empezando a caer bien. En septiembre, el escaparate se llena de colecciones; Novelas Eternas, Maestros de la Pintura, Superhéroes de la Marvel, y, en una esquina, Grandes Batallas de la Historia. Siento una fascinación, algo enfermiza, por las batallas. De pequeño me regalaron la batalla del Metauro, un juego con un mapa del escenario (la ribera del río Metauro) y los ejércitos romano y cartaginés; dos decenas de figuras, los romanos de rojo y con caballería, los cartagineses de azul, con un elefante. Con el primer fascículo, dedicado a Waterloo, viene una novela con el oportuno título de “La batalla”. Seducido por la oferta de lanzamiento, entro y el ex-gerente, solícito, me vende el fascículo con una sonrisa. En casa compruebo que la novela, de Patrick Rambaud, ganó el premio Goncourt. Empiezo a leerla y está muy bien. Narra la batalla de Essling, el primer revés de Napoleón. Días más tarde, el vecino me ve por la calle, me saluda, y me dice que ya ha salido el segundo fascículo, la batalla de Gettysburg. Incluye el discurso de Lincoln, claro.

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