Hoy el ordenador me ha
obsequiado con una vista de Andrómeda, la galaxia espiral más
cercana (cercana, ya me entiendes). Contemplar Andrómeda es también
tomar conciencia del lugar que ocupamos en nuestro rincón de esta
otra galaxia. Es un sarcasmo que nosotros, la pelagra de la Tierra,
estemos afectados por un virus. Quizás el virus a su vez padezca la
invasión de un picoorganismo. La luz de la mañana entra por la
ventana y oigo un ra-ta-ta-ta que viene del radiador. Tenemos agua
corriente, agua caliente y conexión a internet. Y el frigorífico
lleno. Los expertos y los no tan expertos empiezan a hablar del día
después, del cambio que viene. Ya nada será igual... Soy escéptico
(y no-experto consumado). Todo será igual; o, visto de otra forma,
nunca nada es igual. Cambiar es la esencia del tiempo. Un instante
sucede al anterior porque algo (todo) ha cambiado, los átomos se han
movido. Es que no pueden estarse quietos. Cuando cese el cambio,
cuando nada se mueva, se acabará el tiempo y quedará el instante
eterno del cero absoluto. La fría nada sin testigos. Mientras exista
el tiempo, nunca jamás nada será igual. Así es nuestra historia en
la Tierra, este lugar tan pintoresco de esta galaxia muy, muy lejana.
Nada fue igual después del descubrimiento del fuego. Nada fue igual
después de la invención de la imprenta. Nada ha sido igual después
de cada pequeño paso para el hombre y de cada gran salto para la
humanidad. “Viene
el cambio”... no exactamente, “sigue
el cambio” sería más preciso. Cuando esto pase nada será igual,
pero menos. Esta pandemia es diferente
solo porque es la primera del mundo global. Esperando paciente
tenemos al cambio por excelencia, el cambio climático. Por otro
lado, la naturaleza humana posee su propia inercia. Una anécdota
ilustrativa (ya la conté el 14 de agosto de 2008):
La
escritora Carson McCullers se había separado de su marido Reeves en
1940. En 1945, cuando Reeves regresó de la guerra, le pidió que se
casaran de nuevo. Carson se lo pensó y consultó a varias personas,
entre ellas a su psiquiatra, que le dijo: "En lo esencial, los
hombres no cambian por una guerra". Uno va a la segunda guerra
mundial y vuelve igual (en lo esencial).
El hombre sigue siendo el único animal que tropieza dos veces en la
misma piedra. Y quien dice dos, dice diez.
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