sábado, 20 de marzo de 2021

El Titanic

Yo fui capitán del Titanic, solo que este Titanic no era un barco, sino un tráiler, una unidad móvil de televisión; y no fue botado en Belfast, Irlanda del Norte, sino en Herencia, Ciudad Real. Eso sí, era la unidad móvil más grande de su clase; 16 metros de eslora y 25 toneladas de peso, con una potencia de fuego de 12 cámaras digitales. El nombre se lo puso Koldo, que había navegado como radiotelegrafista. “Se te va a hundir el Titanic, Javi” era la broma que me hacía cuando me veía trajinar en dique seco. Yo fui el capitán de ese Titanic, el responsable técnico, durante casi veinte años, hasta mi jubilación. Decía uno que jubilación viene de júbilo. Pues vale, sí, y claro que es más descansado no trabajar, pero jubilarse no es una buena noticia, es mejor ser más joven, me parece. Puede que tenga algo de parafilia, pero añoro el momento de darle al botón de puesta en marcha y ver despertar a la bestia, al Titanic, con sus lucecitas rojas, naranjas y verdes y el zumbido in crescendo de los equipos. Son conocidas las soledades del corredor de fondo y la del portero ante el penalti; por mi parte más de una vez sentí la soledad del ingeniero en la unidad móvil. Sin ánimo de dramatizar, en una producción si algo no funciona todo el mundo mira al ingeniero. Pero el mundo es imperfecto, y con el tiempo llegué a una conclusión tranquilizadora; yo no sabía gran cosa de los misterios que regían el funcionamiento de los aparatos mágicos de la UM, pero también era cierto que los que estaban a mi alrededor, en el riguroso directo, sabían aún menos. En cuanto a técnica yo era el hechicero de la tribu y podía esgrimir, como un conjuro, que la frecuencia de la subportadora de color era 4,43 megahercios; un conocimiento perfectamente inútil a día de hoy. No quiero idealizar el pasado, pero me gusta pensar que el Titanic, oficialmente la UM 5, era en realidad un juguete electrónico gigante que enchufado a la corriente y con toda la tripulación en sus puestos producía al final un programa de televisión; un partido de fútbol, un concierto. Cuidar ese juguete fue mi trabajo, aunque me cuesta llamarlo trabajo, en general fue divertido, fue una suerte; y me hizo sentir útil.

Epílogo: Y encima me pagaban. Una vez, tras una retransmisión, cerrando ya el portón trasero del Titanic, alguien comentó: “Ha salido todo perfecto”. Entonces, un viejo compañero, con alma de filósofo estoico, dijo: “Eh, no; perfecto no, déjalo en correcto; perfecto será cuando hayamos cobrado”.

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