lunes, 8 de marzo de 2021

Yo acuso

J'accuse...!, y que me perdone Zola por la pronunciación; yo acuso a Antón Pávlovich Chéjov, en adelante Chéjov, como instigador, y a Ricardo Emilio Piglia Renzi, en adelante Piglia, como cólaborador necesario. Acuso a ambos de haber tendido una trampa literaria de relojería para despistados y participantes en talleres literarios. Se considera probado que el tal Chéjov dejó escrita una denominada, de forma artera, “idea para un cuento” en uno de sus cuadernos. Asimismo el tal Piglia se hizo eco de la idea de Chéjov en su ensayo “Tesis sobre el cuento”. La anotación es esta:«Un hombre, en Montecarlo, va al Casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida». De sabios es equivocarse y de humanos rectificar (¿o era al revés?), y, aunque no me arrepiento, que me quiten lo disfrutado, erré escribiendo el texto que pretendía responder al reto planteado por Chéjov y recordado por Piglia. Francine Prose cuenta en uno de sus libros (Leyendo como un escritor) dos anécdotas, que si escribiera yo otro titulado “Ciento un formas de escribir un cuento” podrían ilustrar la primera y la última de dichas formas. Por desgracia, para poder redactarlo me faltarían las otras noventa y nueve. La primera anécdota: una vez un colega escritor entró en el estudio de Isaac Babel y al ver sobre su mesa una pila considerable de hojas manuscritas le dijo: “Enhorabuena, por fin te has decidido a escribir una novela”, y le contestó Babel: “No, esto son solo los últimos 22 borradores de mi nuevo cuento”. La segunda anécdota: otro escritor, también ruso pero distinto del de antes, le preguntó a Chéjov cómo componía sus cuentos, y este cogiendo un cenicero dijo: “¿Ves esto?, mañana escribiré un cuento titulado “El cenicero””. Así de difícil el método de Babel y así de fácil el de Chéjov. Teniendo en cuenta que Chéjov es autor de 400, 500 o 600 cuentos (las fuentes no se ponen de acuerdo) me parece evidente que si no escribió él mismo el cuento a partir de aquella idea fue por una razón muy sencilla, porque ese cuento no se puede escribir. Suicidio y dinero son conceptos ajenos entre sí, son como el agua y el aceite, no mezclan. Cualquier solución que se proponga será trivial; el hombre se suicidó porque, a, estaba deprimido de antes, b, padecía pecuniafobia, c, le había dejado la novia por el crupier (este me suena). Todos motivos banales, insuficientes para dar consistencia al pastel, y Chéjov lo sabía.

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