Sobre repetirse —o sobre no repetirse en realidad—, esto que dejó escrito Ramón Gaya: Yo no me repito, insisto. Así que insisto sobre el tiempo. Sobre el time, no sobre el weather. El secreto del tiempo puede que sea como el de la carta robada de Edgar Allan Poe o el de las gafas que no encuentras por ningún lado. La carta de Poe estaba encima de la mesa, tan a la vista que nadie la veía; las gafas que no encontrabas las tenías subidas sobre la cabeza.
El secreto del tiempo va a ser que no hay tal secreto, que el tiempo pasa y eso es todo, que no hay escapatoria. Empero, por el lado de la esperanza, me gusta pensar que el tiempo es algo misterioso —que lo es—, algo que “sucede” en nuestras narices como quien presencia un truco de prestidigitación a plena luz del día sin enterarse de nada.
El pasado, el presente y el futuro son naranjas (vulgo pelotas) que giran en el aire, no sé si de un modo espontáneo o según un meticuloso plan. El mundo es un caleidoscopio de imágenes que te despistan y te embaucan y donde todo cambia —como en “El Gatopardo”— para que todo siga igual.
Así, el tiempo pasa y a la vez está suspendido en el aire. La vida se reduce a este ahora que es efímero y eterno, a este instante en que vivimos que siempre es el mismo y siempre es otro y que, puestos en lo mejor, no se va a acabar nunca porque, entre otras cosas, nunca ha comenzado.
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