sábado, 8 de febrero de 2025

Helados

    Me parece que tengo idealizados los helados. Los asocio con cualquier situación agradable. Y eso que no soy de cosas frías, alimentos quiero decir. Por ejemplo —voy a hacer una revelación, esto es una exclusiva—, la ensaladilla me gusta caliente; la patata, el huevo, la mayonesa, la aceituna. Viva la ensaladilla caliente (¿por qué le dicen rusa?).
    Los helados, no los hay calientes, si se calientan cambian de nombre, pasan a ser otra cosa, natilla, crema, mousse; si le quitas el glamour se queda en simple helado derretido (y pringoso). Mi favorito es el de chocolate. También me gustan de limón, de turrón, de naranja, de dulce de leche. Este lo digo sin probarlo, como una premonición; el dulce de leche, ese postre por el que Borges perdía la cabeza. También quisiera probar uno de higo. En los últimos lugares de la lista, el de vainilla y el de fresa. La fresa me empalaga, la vainilla menos pero también.
    Un peligro del helado es el shock hipotérmico que puede llegar a producir. Un shock a pequeña escala, de un valor inferior a 2, que en condiciones normales no incide en la salud del ingerente (el ingerente es el comedor de helados) pero a veces afecta a la garganta o el estómago y puede acarrear fiebre, vómitos y otras cosas desagradables. Sea como sea, mejor no abusar de los helados; reservarlos para las grandes ocasiones, idealizarlos. En la imaginación los helados nunca decepcionan.

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