La propaganda es poder y los incautos nos lo creemos todo. Eso ha pasado con los Estados Unidos. Nos lo vendieron como el paraíso en la Tierra y su historia, como la de cualquier otro país —y sin negar sus momentos buenos—, está llena de calamidades.
Lo de ahora mismo da miedo pero en realidad no es nada nuevo. Hay, en esa historia americana, un sentimiento que hace de hilo conductor. Es el contrapeso a todas las buenas intenciones de la democracia USA, que las ha habido —y que se conservan en un segundo plano—. Ese sentimiento, tan humano, es el odio.
Un síntoma de este desastre secular es la acusación, que se oye por todas partes, de que alguien, tal partido político, tal país, está del lado del Mal (es que lo dicen con mayúscula). Y claro, cómo no odiar a ese alguien, a esa gente, a ese país (comentario irónico).
En 1983 Rosa Montero escribió un artículo retrospectivo sobre el asesinato de John F. Kennedy (hacía veinte años) y cuenta que en Dallas una mayoría repudiaba a Kennedy. Escribe Montero: Dallas resultaba amedrentadora, feroz, ultramontana. La ciudad del odio, la llamaban en la prensa nordista. El día del atentado el Dallas News, un periódico muy derechista, sacaba un anuncio a toda página en el que se acusaba a Kennedy de haberse vendido a los comunistas y de perseguir a los buenos americanos. Sesenta años después seguimos escuchando las mismas acusaciones (bien rebozadas en odio).
Mucho antes, el American Party (1844-1860) quiso, como ahora, limitar la inmigración. Curiosamente, se llamaban a sí mismos “nativos” americanos; ellos, los blancos protestantes (en oposición a los inmigrantes católicos), no los Sioux y demás tribus que fueron concienzudamente diezmadas y marginadas. Dicho en tres palabras: llueve sobre mojado.
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