Le tenía un poco de miedo a Ernst Jünger como muy serio escritor alemán que fue. Escritor además de filósofo y experto en ciencias naturales. He leído Radiaciones, sus diarios durante la Segunda Guerra Mundial. Aquel miedo se ha confirmado, en parte: no entiendo casi nada cuando se pone a filosofar; y se ha convertido en respeto y admiración por su sensibilidad ante la naturaleza y la condición humana.
En los diarios, además de un relato de primera mano del curso de la guerra, desfila un nutrido grupo de personajes, da cuenta de sus profusas lecturas y desgrana una mezcla de observaciones cotidianas, apuntes filosóficos y anotaciones científicas.
También he encontrado algunas reflexiones que expresan —antes de que yo naciera— ideas que he intuido y que, como se ve, no era yo el primero al que se le ocurrían. Traigo aquí dos ejemplos.
En Suresnes el 14 de octubre de 1942 escribe: Somos combinaciones fugaces de lo Absoluto… y poco más adelante: en cuanto a individuos somos imperfectos y ni nos es adecuada ni nos resulta soportable la eternidad. En lenguaje cotidiano: vivir para siempre, qué absurdo.
Ya en la posguerra, durante la ocupación de Alemania, en su casa de Kirchhorst el 7 de abril de 1948: La eternidad no es una magnitud, sino una cualidad. No son, por tanto, los milenios ni los millones de años lo que más se acerca a la eternidad, sino el instante. Hacia él se lanzan las criaturas, para arder en él, como bandadas de efímeras en la luz de la vela. Sí, eso es, el instante eterno.
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