Lo más volátil que hay en el mundo son los pensamientos, apenas surgen se evaporan como isótopos inestables de la mente. Pensar, nunca he sabido como se hace. Los antiguos tampoco lo sabían e inventaron la lógica para entenderlo. En lo básico no hemos cambiado nada desde entonces; y cuando digo nada quiero decir nada.
Para pensar como se debe hay que ser filósofo, como poco. No lo soy y no sé pensar. Pero pienso. ¿Prueba esto que existo? Puede, pero para existir no hace falta pensar, solo hace falta sentir. Siento, luego existo; no me digas que no René. Vivir es sentir; mientras sientas, vivirás. Y sentir, hasta dormido siento.
Según Pessoa, o sus heterónimos, sentir es comprender y pensar es errar. No paro de sentir y no sé si comprendo lo que siento, puede que lo haga en el subconsciente. Pensar, lo que se dice pensar, poco, mal y tarde. Mis decisiones no son meditadas, sino automaduradas, cocidas a fuego lento, intuidas más que razonadas.
Esta es la secuencia: se presenta un problema, lo valoro por encima, lo dejo para otro día; reaparece por sorpresa, lo vuelvo a considerar —sin mucho empeño— lo aparco de nuevo; así va y viene hasta que un día de pronto lo tengo decidido, acierte o me equivoque.
Así pienso, de ese modo anárquico y poco académico, de modo espontáneo, como debían de pensar los neandertales. Me imagino como ellos o como el antepasado que después de pintar un bisonte en Altamira salía de la cueva y mientras se limpiaba las manos en un arroyo a la luz de la luna murmuraba para sí: solo soy un humanoide.
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