viernes, 23 de marzo de 2007

Camino del colegio

Cuando iba al colegio. Tenía una distancia de unas ocho manzanas. Dijo Bob Dylan que para qué quería dar la vuelta al mundo si podía dar la vuelta a la manzana. Me dejaba llevar por la escritura automática, perdón. Unas ocho manzanas, decía. Y hay dos tipos de chicos, los que van al colegio siempre por la misma ruta y los que van cambiando. Los primeros son los de ideas fijas, persistentes pero poco imaginativos. Los segundos son los soñadores pero poco constantes. Yo entraba en el segundo grupo. Recuerdo tres caminos distintos que solía recorrer. Salía de casa y 1- seguía la calle donde vivía, 2- cogía la calle siguiente hacia el oeste y 3- cogía la calle siguiente hacia el este. Lo simplifico porque luego había un par de plazas y calles en diagonal que estropeaban la simetría. El primer recorrido era el más habitual, una calle menor con sus tiendas y su vida de barrio. El segundo me llevaba por una calle más ancha, autobuses, ruido y gente apresurada. El tercero era el más desconocido, fachadas enigmáticas, poca gente; dudaba de si iría en la dirección correcta. Lo estoy pensando detenidamente y hacia el este no había ninguna calle paralela a la mía. Si quería ir hacia el colegio por allí tenía que dar un gran rodeo; nunca tomé esa dirección. Ese tercer recorrido tuvo que ser un sueño. Un sueño vívido que ya se está fundiendo con la realidad.

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