martes, 14 de agosto de 2007

Los cerezos en flor.

Conocí a R. por medio de otro amigo común. Le traté durante años y con más frecuencia cuando se mudó a una casa cercana a la mía. Un día, tomando una cerveza en una terraza, me confesó que padecía una enfermedad incurable de la vista. Miraba a lo lejos al contármelo, hacia las montañas... pero quizás ya no las veía. Según los médicos era cosa de meses que se quedara completamente ciego. Puse mi mano en su antebrazo, y él con voz trémula me dijo que lo que más deseaba en aquel momento era volver a su valle natal y poder ver por última vez los cerezos en flor. Pasó el tiempo. Ya ciego se trasladó a vivir con una hermana y nunca hizo ese viaje. Perdimos el contacto. En marzo de este año me tocó, por motivos de trabajo, pasar a pocos kilómetros de su pueblo. Recordé toda la historia al ver el rótulo en la desviación y llevado por un impulso me desvié de mi ruta y me interné en el valle. En el bar-tienda de la plaza la dependienta pareció recordar vagamente a R. Cuando le conté aquel deseo suyo de ver por última vez los cerezos en flor, me dijo: "¿Cerezos?, aquí nunca ha habido cerezos; almendros sí...".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho esta anécdota... mi vista no etsá tan deteriorada pero soy esclavo de mis gafas... y yo tampoco distingo entre almendros y cerezos...