miércoles, 16 de junio de 2021

Apicultor

    Estaba con I. Era extraño porque I. murió hace cosa de un año. En el sueño era consciente de ello y me decía que era una suerte estar con él, porque así podía expresarle mis buenos sentimientos, algo que no le había transmitido lo suficiente en vida. Nos estábamos sonriendo y pensaba que él no era consciente de que aquella sería la última vez que hablaba conmigo, porque iba a morir pronto, o porque en realidad ya estaba muerto.
    Le pregunté si seguía con las abejas recordando que había tenido unas colmenas y como embotaba la miel en tarros con una etiqueta que había diseñado él mismo. Estábamos en un bar, en el comedor, de pie. No en la ciudad de I. sino en otra cercana. I. me sonreía y yo le quería expresar ese cariño que digo cuando llegaba otra gente, amigos de I. Parecía que tenían una cena o algo así. No quería comentar nada delante de ellos, era algo íntimo entre nosotros; así que le hacía señas para salir un momento a hablar fuera.
    Salíamos a la calle y aunque no había palabras concretas nos abrazábamos. Me sentía lleno de afecto hacia I. y feliz de abrazarle, pero al mismo tiempo consciente de estar abrazados en plena calle. Al cesar el abrazo resultaba que la que se separaba de mí era una mujer. En el momento no me sorprendió.
    Con el abrazo se cumplía mi propósito. Ahora no veía a I. por ningún lado, debía haber entrado de nuevo al bar, reconfortado, suponía yo, por el abrazo y la corriente de simpatía mutua. La mujer por su parte se alejaba por la calle como si nada. Me quedaba solo e intentaba orientarme en aquella ciudad que conocía vagamente. Me daba cuenta entonces de que había sido raro lo de la mujer y me preguntaba si debería deducir alguna enseñanza sicológica de aquello.

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