martes, 22 de junio de 2021

¡Yo qué sé!

    Los griegos, qué tíos, ya lo habían dicho antes. ¿El qué?, cualquier cosa que se te ocurra. Por ejemplo, la duda (que nos corroe). A Pirrón de Elis, siglo IV antes de Cristo, se le considera el primer escéptico. Hay que dudar, sin duda; yo dudo mucho.
    Me he enterado de esto del pirronismo por Montaigne; el Señor de Montaña, que le llamaba Quevedo. Cuenta que ante cualquier argumento los escépticos, como ejercicio de su duda metódica, razonaban la posición contraria. Si el interlocutor cambiaba de perspectiva ellos se acomodaban a su vez, siempre a la contra; tampoco es eso.
    El espíritu de Pirrón sigue vivo, en cine quedó inmortalizado por Groucho Marx cuando interpretó “I’m Against it” en la película “Plumas de caballo”. La letra decía: “ignoro lo que tengan que decir, en todo caso no importa, sea lo que sea, estoy en contra”. Es broma, ese no es el espíritu escéptico; la duda es saludable, ir siempre a la contra es insano. Es lo que quería señalar; ahora mismo tampoco faltan, como era de esperar, los que siempre se manifestarán en contra de cualquier tesis más o menos oficial a cuenta del tema que sea. Tú ya sabes a qué me refiero.
    La causa última de este comportamiento es un fallo en el desarrollo psico-cognitivo. Sucede cuando tras la asunción en la más tierna infancia del “no” como respuesta preferente a cualquier estímulo exterior hay un estancamiento en la evolución personal que impide completar aquel “no” inicial y formar la frase “no sé”. Algunos no lo consiguen nunca.
    Me adhiero al lema del gran Montaigne, “Que sais-je?”, ¿Qué sé yo?, (por no saber, no sé ni francés), pero intentaría una pequeña variante; cambiaría los signos de interrogación por otros de admiración, “¡qué sé yo!”, o en plan trilero, moviendo los cubiletes, “¡yo qué sé!”.

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