viernes, 2 de febrero de 2024

El cuarto hombre

    Llevaba (él) dos años en Londres trabajando de conserje en un edificio de apartamentos. Estaba advertido: un conocido personaje era residente eventual. No lo había visto nunca, hasta hoy.
    Es media mañana y está sentado en su puesto, aburrido; no está bien visto que lea el periódico o —dios no lo quiera— un libro. Contempla el vestíbulo y de reojo las imágenes de las cámaras de vigilancia. En uno de los sillones un hombre teclea en su portátil; se ha instalado ahí para tener acceso a la wifi que renquea arriba, en su apartamento.
    Se abre la puerta del ascensor y sale una mujer con un portafolio. Detrás, le sigue Ringo Starr. No tiene nada de particular que llame la atención; vestido de negro, con gafas oscuras, barba recortada y pelo corto peinado hacia adelante; más bien bajo o bastante bajo; para pasar de los ochenta años se le ve airoso. El vecino que trabajaba en el rincón ha levantado la mirada y pega un pequeño respingo, también lo ha reconocido. Pausados, mujer y hombre, asistente y Mr Starr, desfilan hacia la puerta de servicio y desaparecen sin decir palabra.
    Ringo es el mayor de los Beatles, de los cuatro que fueron y de los dos que quedan. Llamarle Ringo me parece un poco faltarle al respeto. Mr Starr tampoco me convence; sería algo así como llamarle el Sr Estrrella en español, un nombre artístico que vale para aparecer en un escenario tocando el tambor —es broma— pero no para la vida civil. Además a estas alturas debe de estar hasta el gorro del pseudónimo.
    Lo correcto sería llamarle Mister Starkey, su verdadero apellido. Que recurriera a un alias ya previene un poco o sugiere que su talento requería un refuerzo, que siendo brillante no lo era tanto como los otros tres Beatles que no han necesitado de más escudo ante el mundo que sus nombres y apellidos de cuna. Richard Starkey no tiene nada de malo, supongo; tal vez el apellido suene poco british, suene algo ruso, como Gorki, o polaco, como Kowalski; no sé.

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