domingo, 11 de febrero de 2024

Tiempos inciertos pero no tanto

    Creyeron en el año mil que el mundo se acababa; la única razón fue lo redondo de la cifra, sin más. Ahora, pasado sin novedad el hito, igualmente arbitrario, del dos mil, nos va pareciendo que el fin de los tiempos está al caer, que si no es pasado mañana será al otro. Esta vez las razones son más contundentes: sobrepoblación, cambio climático, guerras, contaminación.
    Bien no vamos, desde luego, pero caemos en un error, el de creernos el centro de la Historia —con el atenuante de que es un error en el que, sospecho, han caído los que nos han precedido y caerán los que vengan detrás—. A la larga, lo más probable es que esta época nuestra acabe ocupando unas pocas líneas en el relato del mundo.
    La paradoja es que en cierto sentido sí que somos el ombligo de la Historia, por la sencilla razón de que habitamos el presente. Tú, concretamente, eres el ombligo absoluto de tu mundo; esto es, de tu vida, y también cargas con una de las ocho mil millones de partes que forman ahora mismo ese huidizo epicentro. Por lo demás, desengáñate, no te va a tocar el fin del mundo.
    Ya sé que no es que lo desees exactamente, se da por supuesto que no, pero en el fondo de tu corazón te atrae esa posibilidad: ya que no estuviste en el principio crees que al menos te merecerías estar en el final. El caso es que, te lo merezcas o no —que no te lo mereces— el fin del mundo no te va a tocar, no va a suceder contigo presente.
    Aventurando probabilidades, calculo que antes te tocará un millón de veces el gordo de la lotería que el fin del mundo. Claro que juego con ventaja: si me equivoco y el mundo se acaba mañana nadie me lo va a poder recriminar.

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