miércoles, 14 de febrero de 2024

Futuro indubitable

    Tenemos idealizado el fin del mundo, supongo que por culpa de la Biblia y su Apocalipsis. Aunque en el griego original “apocalipsis” quiere decir “revelación”, en castellano ha pasado a significar “catástrofe” en general o, directamente, “fin del mundo”.
    Uno espera que sea algo digno de verse 
(el fin del mundo), que no habrá fuegos artificiales, que los fuegos van a ser naturales. Será digno de verse y difícil de contemplar, somos tan pequeños que con retransmisión televisiva por mundovisión incluida no vamos a poder abarcar algo que va a ser a escala galáctica.
    No sé cómo de repente me encuentro especulando en primera persona (del plural, eso sí) sobre el fin del mundo que se aproxima. Se aproxima, desde luego que se aproxima, mientras el tiempo no meta la marcha atrás. Cada vez está más cerca pero sigue estando lejos, lo siento y no lo siento a la vez.
    Hablo por hablar, no lo vamos a ver ni a oír ni a sentir ni a nada de nada. No nos va a tocar el Apocalipsis, que más (no) quisiéramos. Y luego, además, pensándolo con más detenimiento, sacudiéndonos el lastre de la tradición cristiana —tampoco es que esté muy enterado de como lo cuenta la Biblia— puede que no vayamos a perdernos gran cosa.
    Como todo lo que genera grandes expectativas, no me extrañaría que el fin del mundo se vaya a quedar en nada, en los minutos de la basura del universo, en los créditos de una superproducción de Hollywood que nadie lee porque la sala se ha quedado vacía.

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