sábado, 26 de octubre de 2024

El llanto (1)

    Los sueños también son cosas que nos pasan. Estamos en familia pero no sé bien donde. Están poniendo el mantel en una mesa minúscula. Vamos a estar muy apretados. Mi cuñado dice algo en su habitual tono pausado (mi cuñado número dos, diríamos). Ahora la mesa es grande y comento que es mejor así, aunque sobre mucho espacio. Pero vuelve a aparecer la mesa pequeña. Hay un chico que no conozco ayudando. Me siento un comparsa y les dejo a su aire.
    Pasa un rato, he estado entretenido y me doy cuenta de que ya son las tres. La casa está en silencio. Me extraña, nadie me ha avisado para comer. Voy a ver y están en la terraza. Intento salir, pero la puerta se abre hacia afuera y tropieza con una silla. Oigo sus voces y risas. En la silla que obstruye la puerta está sentada mi hija mayor a los catorce años. Le pregunto, por la rendija, si ya han comido y me lo confirma risueña. Nadie ha debido de echarme en falta.
    Voy a la cocina y me salen las lágrimas. Mi madre está secando y guardando los platos y me dice que no es para tanto. Me siento a la mesa de la cocina y me dejo llevar por el llanto. Lloro y razono a la vez. No acabo de entender por qué lloro tanto; no lloro nunca, o casi nunca. A la vez, me está sentando bien el desahogo, como si fuera algo que llevaba tiempo necesitando: Llorar también es un placer. Me siento triste y en paz a la vez. Me estoy compadeciendo de mí mismo.
    Así estoy, llorando a moco tendido, con los codos en la mesa y las manos abiertas sobre la cara. Pienso sobre lo que acaba de decirme mi madre, que no es para tanto, y la admiro por su serenidad y porque no se queja, aunque los alegres comensales le hayan dejado todo el trabajo. Por la puerta de la cocina asoma el chico desconocido. Al verme en pleno drama pone cara de circunstancias y se retira con disimulo. Me pregunto si todo esto quiere decir algo, si dice algo de mí, de mi vida, de mi pasado, de mi familia.

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