Como vivo en otro mundo —que sigue siendo este— en el que la fecha cada vez importa menos comento esto ahora: las inocentadas no pasan por su mejor momento. En esta pequeña parte del planeta, por lo menos. Hace unos años el día de los Inocentes oías —o leías— las noticias esperando la broma de turno, han encontrado un dinosaurio vivo en Siberia, cosas así, blancas e ingenuas.
Esto ha ido a menos; cada vez hacen menos gracia, cada vez estamos más resabiados. Es que ya lo sabemos todo. Demasiado sabemos, tanto que el noventa por ciento de lo que sabemos no es cierto. Es inexacto, son medias verdades; o sea, las peores mentiras. O es falso, sin más. Es el gran peligro de esta revolución de las comunicaciones, el peligro de utilizar una herramienta sin haber aprendido antes a usarla.
Hay que aplicar la vieja norma: de lo que no ves, no te creas nada; y de lo que ves, créete solo la mitad. Mi resumen es este: el disparate que antes vociferaba uno en el bar para cuatro congéneres ahora es factible de rebotar de servidor en servidor por todo el planeta. Esto (creo que) ya lo dije (ver “Repetirse” en este mismo blog). El veintiocho de diciembre pasó y no supe de ninguna inocentada. Me preocupó. Una de dos, no las había —y el desengaño y la melancolía se estaban apoderando del mundo— o, lo que es peor, las hubo y no me di ni cuenta.
jueves, 30 de enero de 2025
lunes, 27 de enero de 2025
Extraño en el paraíso
Las canciones, como nos gustan; esta por ejemplo: Extraño en el paraíso. Es una canción antigua, de un musical, Kismet, que se estrenó en 1953. Luego fue película, no muy buena. La letra, coge mi mano, soy un extraño en el paraíso… es de esa obra, pero la música es anterior, es de Alexander Borodín, compositor ruso del XIX. La melodía es soñadora y melancólica y el título alude a un sentimiento conocido, la extrañeza de vivir, y añade el dato, esperanzador, de encontrarse en el paraíso. Sí, así me siento a veces, un extraño en el paraíso.
Dijo Martin Amis; la vida es una obra cómica hasta la inevitable tragedia del quinto acto. De acuerdo, en parte; la única tragedia de la vida es la muerte pero, por desgracia, suele aparecer, aquí y allá, desde el principio de la representación. Todo lo demás no tiene importancia, estoy simplificando, o sea exagerando.
La vida no es una función. No sabemos lo que es, digamos que es una performance sin ensayo previo. Tomamos parte en ella como testigos y como actores. Soy un testigo atónito, que no acaba de creerse lo que está viendo, que siente esa extrañeza de vivir. Apuesto a que se ha escrito mucho sobre ella. Se lo pregunto a Google y salen 756.000 resultados. La extrañeza de vivir, lo extraño que es vivir, la profunda extrañeza de vivir, y en séptima posición Lo raro es vivir, la novela de Carmen Martín Gaite (en el centenario de su nacimiento). La tengo que leer.
Paralela a esa sensación de testigo mudo y privilegiado está la otra, la de ser el actor que interpreta un personaje que resulta que eres tú. También esto es extraño, no sé quién es ese personaje, no sé quien soy, un impostor, probablemente. Empezando por el nombre que no he elegido, que a ratos me es ajeno, que no dice nada de mí, que solo es una convención. Pero el show debe continuar o más bien el show continúa ineludiblemente y me digo, pon algo de tu parte, mejor aparecer amable que mezquino; y también, fíjate en todo, puede que seas un extraño pero, al fin y al cabo, estás en el paraíso; así que fíjate, que no se te escape la belleza, aunque duela.
Dijo Martin Amis; la vida es una obra cómica hasta la inevitable tragedia del quinto acto. De acuerdo, en parte; la única tragedia de la vida es la muerte pero, por desgracia, suele aparecer, aquí y allá, desde el principio de la representación. Todo lo demás no tiene importancia, estoy simplificando, o sea exagerando.
La vida no es una función. No sabemos lo que es, digamos que es una performance sin ensayo previo. Tomamos parte en ella como testigos y como actores. Soy un testigo atónito, que no acaba de creerse lo que está viendo, que siente esa extrañeza de vivir. Apuesto a que se ha escrito mucho sobre ella. Se lo pregunto a Google y salen 756.000 resultados. La extrañeza de vivir, lo extraño que es vivir, la profunda extrañeza de vivir, y en séptima posición Lo raro es vivir, la novela de Carmen Martín Gaite (en el centenario de su nacimiento). La tengo que leer.
Paralela a esa sensación de testigo mudo y privilegiado está la otra, la de ser el actor que interpreta un personaje que resulta que eres tú. También esto es extraño, no sé quién es ese personaje, no sé quien soy, un impostor, probablemente. Empezando por el nombre que no he elegido, que a ratos me es ajeno, que no dice nada de mí, que solo es una convención. Pero el show debe continuar o más bien el show continúa ineludiblemente y me digo, pon algo de tu parte, mejor aparecer amable que mezquino; y también, fíjate en todo, puede que seas un extraño pero, al fin y al cabo, estás en el paraíso; así que fíjate, que no se te escape la belleza, aunque duela.
viernes, 24 de enero de 2025
Derecho de admisión
Hay un letrero que ponen a veces en bares, salas de juego o sitios parecidos. Es un clásico que se aferra a una fórmula, por raro que suene, ya establecida, como fosilizada: Reservado el derecho de admisión. Si no tuviéramos asumido el significado puede que ni lo entendiéramos.
Si un bar es un establecimiento público, ¿tiene el dueño el derecho de vetar el acceso a alguien? A uno que arme jaleo, que le deba dinero, que esté en una lista de ludópatas, que le caiga mal, que no alcance un standard de belleza (en una discoteca), que sea de una etnia o de una religión determinada… Esto empieza a oler francamente mal. No veo claro ese derecho a no admitir.
Es que hace poco presencié un caso práctico. En el bar Momo, un local de toda la vida; en su tiempo era conocido por sus alitas de pollo. Ahora lo lleva un boliviano muy trabajador, Julio. Entró uno y antes de que abriera la boca Julio le dijo, a la vez que negaba con la cabeza, no, no; no te voy a servir, lo siento; vete, por favor. El otro puso cara de asombro e intentó decir algo, pero..., yo… Julio no le dejó continuar, no, no, mejor no hablar; ahí al lado tienes otro sitio, puedes ir allí, le dijo, tenso, mientras seguía trajinando con tazas y vasos.
El hombre, compungido, indeciso, daba un paso hacia la puerta y se volvía a mirar a Julio. Pasaron así unos largos segundos hasta que finalmente claudicó y se fue. Julio dijo entonces en voz alta sin dirigirse a nadie en particular: No, ya sé lo que pasa, no sabe callarse, el otro día..., y no. Deduje que esa otra vez se había puesto pesado, molestado a otros clientes, algo así. Una persona que, según todos los indicios, era, y me sentí culpable por pensarlo, un pobre diablo.
Si un bar es un establecimiento público, ¿tiene el dueño el derecho de vetar el acceso a alguien? A uno que arme jaleo, que le deba dinero, que esté en una lista de ludópatas, que le caiga mal, que no alcance un standard de belleza (en una discoteca), que sea de una etnia o de una religión determinada… Esto empieza a oler francamente mal. No veo claro ese derecho a no admitir.
Es que hace poco presencié un caso práctico. En el bar Momo, un local de toda la vida; en su tiempo era conocido por sus alitas de pollo. Ahora lo lleva un boliviano muy trabajador, Julio. Entró uno y antes de que abriera la boca Julio le dijo, a la vez que negaba con la cabeza, no, no; no te voy a servir, lo siento; vete, por favor. El otro puso cara de asombro e intentó decir algo, pero..., yo… Julio no le dejó continuar, no, no, mejor no hablar; ahí al lado tienes otro sitio, puedes ir allí, le dijo, tenso, mientras seguía trajinando con tazas y vasos.
El hombre, compungido, indeciso, daba un paso hacia la puerta y se volvía a mirar a Julio. Pasaron así unos largos segundos hasta que finalmente claudicó y se fue. Julio dijo entonces en voz alta sin dirigirse a nadie en particular: No, ya sé lo que pasa, no sabe callarse, el otro día..., y no. Deduje que esa otra vez se había puesto pesado, molestado a otros clientes, algo así. Una persona que, según todos los indicios, era, y me sentí culpable por pensarlo, un pobre diablo.
martes, 21 de enero de 2025
Nuestra eternidad
La humanidad, en su huida hacia adelante, ha establecido que lo mejor es estar vivo y lo segundo mejor es estar muerto. Pasar del primer estatus, vivo, al segundo, muerto, es confirmar una continuidad según la cual morirse es una progresión en el camino hacia la eternidad. Pero este razonamiento es una falsa ilusión que nos hacemos: la verdad es que nadie está muerto, no en este mundo (desconozco si hay otro).
Decir que alguien ha muerto es correcto; y —en lo sucesivo— decir que ese alguien murió, también. Mi padre murió hace seis años; sí, así fue. Mi padre está muerto; no, incorrecto. La razón es muy simple (como yo, que también soy muy simple): morir es dejar de existir, morir es dejar de estar. Estás vivo o no estás, esa es la alternativa; estar muerto no es una opción.
La vida se extiende en el tiempo durante el periodo que sea. Según la perspectiva que adoptemos se puede pensar que vivimos durante un lapso considerable o muy breve. La muerte, por su parte, es un suceso puntual, el paso de estar vivo a no estarlo. La muerte es un instante, no un estado; es la transición entre el ser y el no ser, y una vez que no eres ya no estás vivo y tampoco estás muerto, porque lo que no es, lo que no existe, es absurdo pensar que está. No está, eso es todo.
Lo que queda son unos restos que por deferencia a la especie, en general, y a la familia más cercana, en particular, decimos que son restos humanos. Y esos restos se van difuminando hasta que se confunden en la sustancia de la que está hecho el universo. Ese es el futuro que nos espera, la vuelta al seno de la materia madre, el retorno al mismo lugar del que salimos. Esa es la eternidad a la que pertenecemos.
Decir que alguien ha muerto es correcto; y —en lo sucesivo— decir que ese alguien murió, también. Mi padre murió hace seis años; sí, así fue. Mi padre está muerto; no, incorrecto. La razón es muy simple (como yo, que también soy muy simple): morir es dejar de existir, morir es dejar de estar. Estás vivo o no estás, esa es la alternativa; estar muerto no es una opción.
La vida se extiende en el tiempo durante el periodo que sea. Según la perspectiva que adoptemos se puede pensar que vivimos durante un lapso considerable o muy breve. La muerte, por su parte, es un suceso puntual, el paso de estar vivo a no estarlo. La muerte es un instante, no un estado; es la transición entre el ser y el no ser, y una vez que no eres ya no estás vivo y tampoco estás muerto, porque lo que no es, lo que no existe, es absurdo pensar que está. No está, eso es todo.
Lo que queda son unos restos que por deferencia a la especie, en general, y a la familia más cercana, en particular, decimos que son restos humanos. Y esos restos se van difuminando hasta que se confunden en la sustancia de la que está hecho el universo. Ese es el futuro que nos espera, la vuelta al seno de la materia madre, el retorno al mismo lugar del que salimos. Esa es la eternidad a la que pertenecemos.
sábado, 18 de enero de 2025
Escritura obsesiva
Escritura obsesiva. Es un nombre que propongo para una forma de escribir. Es una forma bastante frecuente; de lo que se trata es de coger una idea, una palabra, una frase, un lo que sea y no soltarlo; como el perro que se ha hecho con un hueso y lo muerde, lo roe, lo sorbe y luego lo entierra para seguir otro día.
Le veo una lógica a este modo de narrar. Lo opuesto sería decir las cosas una sola vez, ahorrar palabras, ser escueto; se han escrito obras maestras así, de acuerdo, pero tienen un inconveniente: lo que se dice una sola vez casi siempre pasa desapercibido o, lo que es peor, no se entiende o se entiende al revés. El que lo escribe lo entiende de maravilla pero el lector a menudo no.
La escritura obsesiva elimina este problema. La idea en cuestión se repite, se contempla desde otros ángulos, se trabajan sinónimos y metáforas, se deletrea, se le da la vuelta, se redacta una versión de lectura fácil y otra adaptada al público infantil; el escritor obsesivo no tiene límites. A propósito, una sugerencia: este tipo de escritura es un potente antídoto contra el síndrome de la página en blanco. Si no se hace bien, sin embargo, puede derivar en lo que llamaríamos escritura diarreica, un auténtico asco.
Un escritor practicante de la escritura obsesiva fue Thomas Bernhard, el austríaco. En sus novelas vuelve una y otra vez sobre lo mismo: una frase, un suceso, un lugar, una costumbre. Hay un ejemplo en su novela Extinción que se me ha quedado porque me hizo gracia. Es la forma en que se refiere el narrador a su cuñado. Dice la primera vez que aparece: mi hermana Caecilia se casó con un fabricante de tapones para botellas de vino. Desde ese momento cada vez que lo nombra lo hace como el fabricante de tapones para botellas de vino. Las he contado —aprovechando las opciones que da el procesador de textos— y son 93 veces. 93 veces a lo largo del libro que escribe con todas las letras: el fabricante de tapones para botellas de vino. Escritura obsesiva, propongo; o, como segunda opción, escritura circular.
Le veo una lógica a este modo de narrar. Lo opuesto sería decir las cosas una sola vez, ahorrar palabras, ser escueto; se han escrito obras maestras así, de acuerdo, pero tienen un inconveniente: lo que se dice una sola vez casi siempre pasa desapercibido o, lo que es peor, no se entiende o se entiende al revés. El que lo escribe lo entiende de maravilla pero el lector a menudo no.
La escritura obsesiva elimina este problema. La idea en cuestión se repite, se contempla desde otros ángulos, se trabajan sinónimos y metáforas, se deletrea, se le da la vuelta, se redacta una versión de lectura fácil y otra adaptada al público infantil; el escritor obsesivo no tiene límites. A propósito, una sugerencia: este tipo de escritura es un potente antídoto contra el síndrome de la página en blanco. Si no se hace bien, sin embargo, puede derivar en lo que llamaríamos escritura diarreica, un auténtico asco.
Un escritor practicante de la escritura obsesiva fue Thomas Bernhard, el austríaco. En sus novelas vuelve una y otra vez sobre lo mismo: una frase, un suceso, un lugar, una costumbre. Hay un ejemplo en su novela Extinción que se me ha quedado porque me hizo gracia. Es la forma en que se refiere el narrador a su cuñado. Dice la primera vez que aparece: mi hermana Caecilia se casó con un fabricante de tapones para botellas de vino. Desde ese momento cada vez que lo nombra lo hace como el fabricante de tapones para botellas de vino. Las he contado —aprovechando las opciones que da el procesador de textos— y son 93 veces. 93 veces a lo largo del libro que escribe con todas las letras: el fabricante de tapones para botellas de vino. Escritura obsesiva, propongo; o, como segunda opción, escritura circular.
miércoles, 15 de enero de 2025
Mi mejor nota
Pequeñas historias que pasaron. Rodrigo era unos dos años mayor que yo. Fuímos al mismo colegio, pero al estar en cursos distintos no lo conocí hasta que coincidimos en el Colegio Mayor cuando se reincorporó a sus estudios de Ingeniería, que eran también los míos. La razón de este desfase fue que durante su primer año en la Universidad había enfermado de algún virus que lo dejó discapacitado.
Se movía ayudado de una muleta y luego tuvo un dos caballos adaptado. Era más bien reservado, hizo una gran amistad con un chico aragonés bajito y nervioso que estudiaba Periodismo y que menciono aquí por la circunstancia, que me parece sorprendente —y que también da pistas sobre aquella amistad con Rodrigo—, de que pocos años después se metió cura/se ordenó sacerdote y más adelante dio un paso más y se hizo monje de clausura. Y ahí sigue, creo.
Se movía ayudado de una muleta y luego tuvo un dos caballos adaptado. Era más bien reservado, hizo una gran amistad con un chico aragonés bajito y nervioso que estudiaba Periodismo y que menciono aquí por la circunstancia, que me parece sorprendente —y que también da pistas sobre aquella amistad con Rodrigo—, de que pocos años después se metió cura/se ordenó sacerdote y más adelante dio un paso más y se hizo monje de clausura. Y ahí sigue, creo.
Mi relación con Rodrigo no llegó a ser cercana, estudiábamos lo mismo y éramos del mismo sitio, no había más; aunque me daba perfecta cuenta del mérito que tenía al seguir, a pesar de todo, con sus estudios de Ingeniería. El caso es que aquel curso o el siguiente, ya no me acuerdo bien, Rodrigo me pidió que me presentara por él al examen de inglés que teníamos en tercero de carrera. Presentarse por otro debía de tener alguna sanción, no sé cual; la expulsión definitiva sería demasiado, además se trataba del examen de inglés, en aquella época poco más que un trámite burocrático. Aún así, luego me he preguntado cómo pude ser tan inconsciente y acceder a su petición, su discapacidad influiría. Por otra parte, no dejaba de ser una aventura.
Llegado el día me presenté con su carnet, que nadie me pidió, e hice el examen sin novedad. Cuando salieron los resultados en el tablón de anuncios la nota que aparecía junto a su nombre era un diez. Tiene su gracia que el año siguiente, en mi propio examen de inglés, sacara peor nota, creo que un nueve, y que en todo mi expediente académico no alcanzara nunca, ni de lejos, el diez que obtuve amparado en una falsa identidad.
Llegado el día me presenté con su carnet, que nadie me pidió, e hice el examen sin novedad. Cuando salieron los resultados en el tablón de anuncios la nota que aparecía junto a su nombre era un diez. Tiene su gracia que el año siguiente, en mi propio examen de inglés, sacara peor nota, creo que un nueve, y que en todo mi expediente académico no alcanzara nunca, ni de lejos, el diez que obtuve amparado en una falsa identidad.
domingo, 12 de enero de 2025
Niña leyendo un libro
La esperanza no se extinguirá en la Tierra mientras haya un niño leyendo un libro. Esto ha sido una adaptación para subiros la moral. El dicho original también está bien, aunque resulta más restringido. Pertenece a la tradición judía y dice así: El mundo se mantiene solo por el aliento de los niños que estudian la Torá.
La Torá, como el Corán o la Biblia, también es literatura. Leer, y escribir, no se va a dejar de hacer, tranquilos por esa parte. La literatura nació con las primeras palabras. Cada idioma es una forma de entender el mundo y la literatura es su narración. Frase: La literatura es la narración del mundo.
Todo evoluciona, las lenguas y la literatura también. La novela ha sido dada por muerta muchas veces, y ahí sigue, hecha un camaleón. ¿Los jóvenes leen menos? No sé, ¿cuándo han leído mucho los jóvenes? Nunca, ni lo harán. Pero siempre habrá lectores.
En cada nueva generación habrá un número de alumnos, pequeño por supuesto, que se enganchará a la literatura. Por poner un ejemplo real, siempre habrá alguien, entre los hispanohablantes, que caerá bajo el influjo de Antonio Machado: al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido…
Si te ha pasado, no esperes nada a cambio, esto es importante. El premio, el privilegio, es el hecho mismo de leer (y escribir). Así ha sido siempre. Tampoco tiene un mérito especial, no hay por qué creerse los guardianes de las esencias; hay cosas más importantes en la vida. Reconozcamos, con sencillez —parafraseando a los Rolling Stones—, que solo es literatura, pero nos gusta.
La Torá, como el Corán o la Biblia, también es literatura. Leer, y escribir, no se va a dejar de hacer, tranquilos por esa parte. La literatura nació con las primeras palabras. Cada idioma es una forma de entender el mundo y la literatura es su narración. Frase: La literatura es la narración del mundo.
Todo evoluciona, las lenguas y la literatura también. La novela ha sido dada por muerta muchas veces, y ahí sigue, hecha un camaleón. ¿Los jóvenes leen menos? No sé, ¿cuándo han leído mucho los jóvenes? Nunca, ni lo harán. Pero siempre habrá lectores.
En cada nueva generación habrá un número de alumnos, pequeño por supuesto, que se enganchará a la literatura. Por poner un ejemplo real, siempre habrá alguien, entre los hispanohablantes, que caerá bajo el influjo de Antonio Machado: al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido…
Si te ha pasado, no esperes nada a cambio, esto es importante. El premio, el privilegio, es el hecho mismo de leer (y escribir). Así ha sido siempre. Tampoco tiene un mérito especial, no hay por qué creerse los guardianes de las esencias; hay cosas más importantes en la vida. Reconozcamos, con sencillez —parafraseando a los Rolling Stones—, que solo es literatura, pero nos gusta.
jueves, 9 de enero de 2025
La luz mediterránea
La luz mediterránea. No es una leyenda, existe. Acostumbrado a la luz cantábrica, que por su irrelevancia no es conocida en especial con ese nombre, luz cantábrica, a quién se le ocurre. Acostumbrado, digo, a los tonos grises del Cantábrico, el bravo Cantábrico, eso se le supone, aunque no sé si como mar es algo a ensalzar o a lamentar, la galerna de aquel u otro año. Acostumbrado o no tanto, porque vivo a treinta y cinco kilómetros de la costa tire por donde tire, norte, oeste. Acostumbrado más al gris, digo y redigo, la luz mediterránea es siempre un descubrimiento.
Me pregunto qué será vivir envuelto en esa luz trescientos sesenta y cinco días al año, eso tiene que marcar. Cádiz, por cierto, si somos rigurosos, está en el Atlántico, aunque sea a la vuelta del Mare Eorum (su mar, de ellos), pero bueno. La luz del Mediterráneo, tan lejos y tan cerca, influye en la forma de ser de la gente por el lado de la alegría de la vida.
Una vez estábamos en un pueblo mediterráneo, no en la costa pero cerca, a unos diez kilómetros. En aquel pueblo, era Benisa, debían de ser fiestas y celebraban (de celebrar, de alegrarse) una concentración de bandas de música. Andábamos sin prisa entre la gente, inmersos en aquel aire y aquella luz. Se escuchaba la música de una banda que pasaba bullanguera y se alejaba saliendo de la plaza. Mientras sus sonidos se iban apagando, por el otro lado llegaban los acordes de otra banda que estaba a punto de aparecer.
Ese ir y venir de la música en la brisa de la tarde y en la luz inconfundible nos cautivó y nos pareció un engaño de los sentidos. Y qué íbamos a hacer más que comprarnos un helado y sentarnos en un banco para disfrutar de su sabor, del olor de los jardines, de la caricia del aire, de los sones de las bandas y de la luz, de la luz mediterránea.
Me pregunto qué será vivir envuelto en esa luz trescientos sesenta y cinco días al año, eso tiene que marcar. Cádiz, por cierto, si somos rigurosos, está en el Atlántico, aunque sea a la vuelta del Mare Eorum (su mar, de ellos), pero bueno. La luz del Mediterráneo, tan lejos y tan cerca, influye en la forma de ser de la gente por el lado de la alegría de la vida.
Una vez estábamos en un pueblo mediterráneo, no en la costa pero cerca, a unos diez kilómetros. En aquel pueblo, era Benisa, debían de ser fiestas y celebraban (de celebrar, de alegrarse) una concentración de bandas de música. Andábamos sin prisa entre la gente, inmersos en aquel aire y aquella luz. Se escuchaba la música de una banda que pasaba bullanguera y se alejaba saliendo de la plaza. Mientras sus sonidos se iban apagando, por el otro lado llegaban los acordes de otra banda que estaba a punto de aparecer.
Ese ir y venir de la música en la brisa de la tarde y en la luz inconfundible nos cautivó y nos pareció un engaño de los sentidos. Y qué íbamos a hacer más que comprarnos un helado y sentarnos en un banco para disfrutar de su sabor, del olor de los jardines, de la caricia del aire, de los sones de las bandas y de la luz, de la luz mediterránea.
lunes, 6 de enero de 2025
Reír por no llorar *
Puede que el siglo XXI esté maduro para una buena guerra. A veces bueno significa también malo. Desde el punto de vista de la ética, por supuesto, una guerra siempre es mala. Desde el punto de vista de la guerra, sin embargo, que no la haya es un fracaso. De haberla, cuando más grande mejor será, como guerra. Una guerra se puede calificar de buena, entre comillas, a partir del millón de muertos.
El siglo pasado estuvo a la altura en ese sentido, entre sus muchas guerras dos alcanzaron la calificación de mundiales. Una especie de cum laude en lo suyo. En siglos anteriores nunca faltaron, con mayor o menor fortuna (o infortunio). En este siglo no ha cambiado la tendencia, sigue habiéndolas. Lo raro, lo verdaderamente sorprendente, sería que no las hubiera.
Desearlo está bien; todos, o casi todos, lo deseamos; un mundo sin guerras, solo con fútbol, con sana competencia deportiva. Sabemos que no va a pasar; o sea, que sí va a pasar; que, además de las que están en curso, más pronto que tarde habrá nuevas guerras.
Que en ese país, que sigue siendo grande pero no tanto, hayan elegido presidente a un patán no ayuda, desde luego; aunque tampoco creo que influya tanto, se es un inútil tanto para lo bueno como para lo malo. Ampliando la perspectiva, así lo veo: el mundo es una bola que gira en el espacio y que, sea quien sea la persona que esté al mando, va a ser muy difícil conseguir que se desvíe de su trayectoria.
El siglo pasado estuvo a la altura en ese sentido, entre sus muchas guerras dos alcanzaron la calificación de mundiales. Una especie de cum laude en lo suyo. En siglos anteriores nunca faltaron, con mayor o menor fortuna (o infortunio). En este siglo no ha cambiado la tendencia, sigue habiéndolas. Lo raro, lo verdaderamente sorprendente, sería que no las hubiera.
Desearlo está bien; todos, o casi todos, lo deseamos; un mundo sin guerras, solo con fútbol, con sana competencia deportiva. Sabemos que no va a pasar; o sea, que sí va a pasar; que, además de las que están en curso, más pronto que tarde habrá nuevas guerras.
Que en ese país, que sigue siendo grande pero no tanto, hayan elegido presidente a un patán no ayuda, desde luego; aunque tampoco creo que influya tanto, se es un inútil tanto para lo bueno como para lo malo. Ampliando la perspectiva, así lo veo: el mundo es una bola que gira en el espacio y que, sea quien sea la persona que esté al mando, va a ser muy difícil conseguir que se desvíe de su trayectoria.
* Mi texto antibélico de este año
viernes, 3 de enero de 2025
Robando vacas
Hace un viento que rapa tierra. Es una frase que solía decir mi padre. Me gusta como suena, ese rapa tierra. No sé de donde la sacó. La busco en google y no aparece por ningún lado, no todo está en la red y me alegro. Me he acordado de ella por lo que le he oído decir hoy a un parroquiano: Hace más frío que robando vacas.
Todo va junto; el dicho —que no había oído nunca— y la denominación de parroquiano que me ha venido por asociación de ideas, ambos tienen el mismo aire antiguo. La expresión tiene un punto de incorrección gramatical, bien dicho sería algo así: No había pasado tanto frío ni robando vacas (en invierno, esto sería opcional). Pero se acorta el mensaje para ganar en pegada lo que se pierde en exactitud.
El “parroquiano” es un hombre mayor, risueño, que ha hablado con cierto acento rural, alargando la última a de vacas. La imagen que me sugiere es la de una aldea envuelta en la niebla y el ladrón aterido acechando al ganado que pasta bajo la lluvia.
El que hizo la comparación por primera vez tuvo que ser él mismo ladrón de vacas, cómo saber de otro modo el frío que se puede pasar. O no, porque se habría delatado, habría confirmado lo que ya debían de saber, o sospechar, todos los vecinos, incluida la Guardia Civil.
No, el propio ladrón no diría nada, tampoco los sufridos dueños del ganado, maldita la gracia; pero sí alguno de esos vecinos. Hace más frío que robando vacas, ¿eh?, ¿Manuel?, y Manuel contestaría: y a mí que me cuentas, listo, que eres un listo.
Todo va junto; el dicho —que no había oído nunca— y la denominación de parroquiano que me ha venido por asociación de ideas, ambos tienen el mismo aire antiguo. La expresión tiene un punto de incorrección gramatical, bien dicho sería algo así: No había pasado tanto frío ni robando vacas (en invierno, esto sería opcional). Pero se acorta el mensaje para ganar en pegada lo que se pierde en exactitud.
El “parroquiano” es un hombre mayor, risueño, que ha hablado con cierto acento rural, alargando la última a de vacas. La imagen que me sugiere es la de una aldea envuelta en la niebla y el ladrón aterido acechando al ganado que pasta bajo la lluvia.
El que hizo la comparación por primera vez tuvo que ser él mismo ladrón de vacas, cómo saber de otro modo el frío que se puede pasar. O no, porque se habría delatado, habría confirmado lo que ya debían de saber, o sospechar, todos los vecinos, incluida la Guardia Civil.
No, el propio ladrón no diría nada, tampoco los sufridos dueños del ganado, maldita la gracia; pero sí alguno de esos vecinos. Hace más frío que robando vacas, ¿eh?, ¿Manuel?, y Manuel contestaría: y a mí que me cuentas, listo, que eres un listo.
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