lunes, 6 de enero de 2025

Reír por no llorar *

    Puede que el siglo XXI esté maduro para una buena guerra. A veces bueno significa también malo. Desde el punto de vista de la ética, por supuesto, una guerra siempre es mala. Desde el punto de vista de la guerra, sin embargo, que no la haya es un fracaso. De haberla, cuando más grande mejor será, como guerra. Una guerra se puede calificar de buena, entre comillas, a partir del millón de muertos.
    El siglo pasado estuvo a la altura en ese sentido, entre sus muchas guerras dos alcanzaron la calificación de mundiales. Una especie de cum laude en lo suyo. En siglos anteriores nunca faltaron, con mayor o menor fortuna (o infortunio). En este siglo no ha cambiado la tendencia, sigue habiéndolas. Lo raro, lo verdaderamente sorprendente, sería que no las hubiera.
    Desearlo está bien; todos, o casi todos, lo deseamos; un mundo sin guerras, solo con fútbol, con sana competencia deportiva. Sabemos que no va a pasar; o sea, que sí va a pasar; que, además de las que están en curso, más pronto que tarde habrá nuevas guerras.
    Que en ese país, que sigue siendo grande pero no tanto, hayan elegido presidente a un patán no ayuda, desde luego; aunque tampoco creo que influya tanto, se es un inútil tanto para lo bueno como para lo malo. Ampliando la perspectiva, así lo veo: el mundo es una bola que gira en el espacio y que, sea quien sea la persona que esté al mando, va a ser muy difícil conseguir que se desvíe de su trayectoria.

    * Mi texto antibélico de este año

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