miércoles, 21 de mayo de 2025

Una vez

    Una vez una chica —que ahora ya será abuela— nos explicó cómo saber el número y el sexo de nuestros futuros hijos. Fue durante un cursillo de euskera al que me apunté un verano. Éramos tres o cuatro escuchando. El método, en realidad, es muy conocido. Para llevarlo a cabo bastaba la cadena con la medalla que entonces llevaba al cuello. Me la habían regalado mis padrinos, una medalla de oro con la Virgen de Begoña por un lado y mis iniciales y fecha de nacimiento por el otro. La perdí hace años, en una piscina.
    Por si no lo conoces: se sujeta la cadena con la medalla colgando y según oscile en círculo o como un péndulo será niña o niño. Si no se mueve, nada. Antes de hacer la prueba aquella chica —se me ha olvidado el nombre— había adivinado mi signo del zodíaco, lo que me predispuso a su favor. Me salió que tendría dos niños y dos niñas, no esperaba tantos. Luego han sido la mitad: dos niñas. Hay que reconocer que el “método” es una bobada como un piano.
    La chica era maja, seria, inspiraba confianza, me gustaba. Nos hizo el truco de la cadenita y después, cuando estábamos tan a gusto charlando, de improviso se excusó y se fue a charlar con otro grupo. Pensé que no éramos lo suficientemente interesantes para ella, se había empezado a aburrir. Fue bastante frustrante, como si nos hubiera hecho la cobra (aunque tampoco sabía entonces qué era hacer la cobra).

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