Por atrición he leído el “Libro del desasosiego” de Fernando Pessoa. Atrición es desgaste; y también, para mí, una táctica de lectura. Diez páginas al día y en dos meses la fortaleza de Pessoa ha caído, nada de qué enorgullecerse. En vida Pessoa solo publicó un librito de poemas patrióticos en portugués y otros tres (libritos) de sonetos en inglés (aguántalo). Era bilingüe. Pero escribir, escribió como un poseso.
Durante veinte años redactó fragmentos más o menos elaborados de lo que proyectaba que sería su libro del desasosiego. Se lo adjudicó a un heterónimo; o a dos, porque además de a Bernardo Soares cita también a un tal Vicente Guedes. En las notas del libro se recoge esta afirmación: Bernardo Soares soy yo menos el raciocinio y la afectividad. Pues tú me dirás qué es lo que queda. El resultado, no sé si genial, es tildado de filosófico y tiende a desolador.
En realidad “El libro del desasosiego” ni tan siquiera existe, Pessoa dejó un montón de papeles en completo desorden, y las ediciones que se han hecho, cincuenta años después de su muerte, son meros intentos de organizar ese caos. Sea como fuere, he leído uno de esas reconstrucciónes, la del traductor Perfecto Cuadrado, y me he quedado con dos palabras que se repiten: soñolencia y saudade. Sus razones habrá tenido para elegirlas.
Soñolencia es un sinónimo de somnolencia, pero no lo parece, porque estar somnoliento es tener ganas de dormir y estar soñoliento suena más a tener ganas de soñar. De saudade, nada que decir que ya no sepas. Pues bien, he consultado otra traducción, la de Ángel Crespo, y en ella, aparte de confirmar las múltiples diferencias, he comprobado que esas dos palabras, saudade y soñolencia, no aparecen ni una sola vez.
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