domingo, 6 de diciembre de 2020

Tan cerca y tan lejos

“Sociedad, suciedad, saciedad”, decía una pintada en la escuela de ingenieros. Sí, qué hastío nos causa a veces la sociedad; pero el caso es que no podemos vivir sin ella. Somos seres sociales. Incluso el más huraño de los humanos depende de modo decisivo de los demás. Me acuerdo de Unabomber, el chiflado que, escondido en algún paraje remoto de los Estados Unidos, se dedicaba a mandar bombas por correo. Protestaba contra la sociedad industrial, decía. Pero Unabomber no era nada sin todo lo que le había dado la misma sociedad, empezando por los materiales para sus bombas y el propio servicio postal. Sin los demás solo hubiera sido un pobre animal indefenso. Vivimos en un hormiguero e inevitablemente tropezamos con las otras hormigas que pululan por todas partes. Así los encuentros fortuitos se suceden y, a poco que nos fijemos, dejan un goteo de pequeñas anécdotas significativas que generan dudas, preguntas, inquietudes y alguna que otra enseñanza. Hace años, pocos o muchos, depende de como lo consideres, estábamos un día de fiesta en la plaza. Era verano y nos sentamos a ver pasar gente mientras comíamos un helado. Un hombre de unos setenta y tantos años se sentó a mi lado, en el extremo del banco. Me saludó, le contesté. Siguió hablando. Vivía solo. Los hijos le decían que fuera a vivir con ellos. Él, que no quería. Prefería vivir en su casa, con sus recuerdos. Yo atendía cortés a sus explicaciones, me daba pena, un hombre solitario, debía tener una necesidad casi patológica de hablar con alguien, ¿dónde estaban aquellos hijos? Hacía un año que había muerto su mujer. Amparo se llamaba y el nombre le venía como anillo al dedo, amparado se había sentido él a su lado. Éramos uña y carne, decía. Me lo imaginé, aquel hombre se despertaba cada mañana en su lado de la cama, la foto de la boda en blanco y negro sobre el tocador, la casa en silencio y todo el día por delante. No discutíamos nunca, yo le decía a todo que sí. Eso me hizo gracia. Llevábamos más de cincuenta años juntos, proseguía, éramos uña y carne.

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