jueves, 28 de enero de 2021

Las cenizas de Andrea

Me acuerdo bien de Andrea por sus ojos verdes. Verdes y acuosos, velados por la edad, ochenta y tantos. Era el funeral de su marido y sonreía en el pórtico de la iglesia del brazo de su única hija. Eso fue hace ya unos años. Hace un mes falleció ella misma, y la otra tarde charlé un rato con Irene, la hija. Habían vivido siempre juntas. Cuando Irene se casó, el yerno se vino a vivir también con los suegros. Luego vendría un nieto, que se había casado a su vez y dejado el hogar, la casa junto al río. La convivencia madre-hija no había sido fácil. Durante años se había entablado una sorda pugna por la última palabra en cada pequeña cuita. Al morir el padre, Andrea entronizó la urna con sus cenizas en el dormitorio. Desde entonces una orden, disfrazada de petición, se repetía cada cierto tiempo. Quería que, al morir, sus cenizas reposaran para siempre en la casa junto a las de su marido. Pero, ¿a ti que más te va a dar entonces?, le decía Irene, y Andrea respondía que quién le iba a decir a ella lo que había que hacer en su casa. Prométemelo, le conminaba; e Irene respondía con vaguedades del tipo, vale, no te preocupes. Murió Andrea, y al llegar a casa con la urna y las cenizas, Irene la depositó, con cierta reluctancia, junto a la del padre. Eso había querido la madre, lo había repetido en sus últimas días. Su devoción filial, aún siendo escasa, no le dejaba hacer otra cosa. Pasaron los días. Irene evitaba entrar en el que había sido dormitorio de sus padres. Sentía la sombra de Andrea que le recriminaba algo, no sabía exactamente qué. Hasta que una tarde apacible de sol entre nubes, cogió las dos urnas y recorrió el sendero que lleva desde la casa hasta el viejo puente de piedra. Allí se quedó un rato de pie, en mitad del puente, recuperando el aliento y considerando la fuerza y la dirección del viento. Luego, asomándose sobre el pretil de uno de los lados, vertió con cuidado, apretando los labios, las cenizas de una de las urnas a las aguas del río. Seguido, hizo lo mismo con la otra. No sabría decir el orden, padre-madre, madre-padre, qué más daba.

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