Mantener las distancias
es cuestión de culturas. Pienso en esos trenes abarrotados de la
India, con cabezas y brazos asomando por las ventanillas y las
piernas oscilantes de los que van sentados en los techos. O cuando un
edificio se derrumba en Bangladesh, que pasa bastante, y aquello
parece un hormiguero, con una multitud encaramada en los montones de
escombros en busca de supervivientes.
Nuestro caso debe ser un
punto intermedio entre esas imágenes y aquellas otras de las
culturas orientales en las que nadie se toca; como pasa, aunque
parezca mentira, en China. Ahora con la pandemia nos tendríamos que
comportar así, como los chinos; no es fácil. Se cumple aquello de
que no eres del todo consciente de algo hasta que te lo prohíben.
Por eso, me he puesto a pensar en los abrazos y he rebuscado en mi
memoria para elaborar una antología mental.
Pensaba que no era yo de
muchos abrazos (y tal vez no lo sea) pero me ha sorprendido la
cantidad de ellos que he recordado. Claro que puede que sea por la
simple razón de que ya voy teniendo mis años, el tiempo es un
coleccionista fantástico.
Dos no discuten si uno no
quiere y si dos se abrazan es porque quieren. El abrazo es una
manifestación de lenguaje corporal. El lenguaje corporal es el
idioma más antiguo y la forma de comunicarse de todos los animales.
El abrazo es un duelo en el que se dirime, de forma amistosa, quién
quiere más. Hay abrazos equilibrados, una especie de comunión, y
otros en los que uno abraza y el otro es abrazado, y que también
están muy bien. En resumen, que no sé explicar qué es un abrazo;
solo sé sentirlo.
No voy a detallar mis
abrazos, por pudor (y para no aburrir), pero sí diré que
recordarlos reconforta y que pensar en ellos y volver a vivirlos en
diferido me ha venido bien. También me ha servido para tomar nota (porque se me olvida) de todas las personas con las que me
siento en deuda (y que ojalá se sientan en deuda conmigo, que si me
preguntan les diré que no lo están).
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