Cuando Neil Armstrong
llegó a la luna algunos guerrilleros que estaban emboscados en la
selva colombiana no se lo creyeron y lo atribuyeron a la propaganda
capitalista. Eso me ha recordado que una vez, puede que haga cuarenta
años, un verano al atardecer mi abuela, viendo la luna en el cielo,
comentó que no creía que los pobres humanos hubiéramos llegado
hasta allí. Su razonamiento era que la luna no era tan tonta y que
al ver que alguien se acercaba sencillamente se hubiera ido más
lejos.
De mis cuatro abuelos
conocí a tres y ella fue la última en morir. Desde que se quedó
viuda mi abuela pasaba tres meses con nosotros y otros tres con mis
tíos. Yo solía pensar que le podría preguntar cosas, que un día
no muy lejano ya sería tarde; pero apenas lo hice, no sé por qué,
por no incomodarla en parte. También podría haber apuntado sus
dichos, que tenía muchos.
Decía, por ejemplo que
San Pedro había querido ponernos dos estómagos y que menos mal que
no se había salido con la suya. Otro, que me hacía gracia, dedicado
a cualquiera que aparentara riqueza: “si es riquito que coma dos
veces”. O si coincidía que estábamos algo apretados en la mesa,
“si tuviéramos tanto sitio en el cielo...”.
La noche de fin de año,
cuando después de las campanadas empezaba la música en la tele y
brindábamos en casa, se levantaba del sillón y decía con un amago
de movimiento, “¡el primer baile del año!”. Y el último,
pensaba yo, recordando que hacía un año había dicho lo mismo y con
toda probabilidad al año siguiente lo diría otra vez.
Cuando andaba ya por los
noventa años una noche me desperté al oír un ruido, un golpe,
seguido de lamentos apagados procedentes de su cuarto. Nadie más se
había dado cuenta así que fui a ver y me encontré a mi abuela en
el suelo, en camisón. Se había caído de la cama y no podía
levantarse. Le ayudé a acostarse de nuevo y me lo agradeció muy
sentida. Me conmovió.
No mucho más tarde
murió. Le tocó cuando estaba en casa de mis tíos y el velatorio
fue allí mismo. Ahora me doy cuenta de que es una costumbre que
desaparece (el velatorio en casa). Luego entre los nietos bajamos el
ataúd por las escaleras, con cierta preocupación por mi parte de
poder salvar con dignidad los giros en los descansillos.
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