domingo, 25 de abril de 2021

De sus últimos años

    Cuando Neil Armstrong llegó a la luna algunos guerrilleros que estaban emboscados en la selva colombiana no se lo creyeron y lo atribuyeron a la propaganda capitalista. Eso me ha recordado que una vez, puede que haga cuarenta años, un verano al atardecer mi abuela, viendo la luna en el cielo, comentó que no creía que los pobres humanos hubiéramos llegado hasta allí. Su razonamiento era que la luna no era tan tonta y que al ver que alguien se acercaba sencillamente se hubiera ido más lejos.
    De mis cuatro abuelos conocí a tres y ella fue la última en morir. Desde que se quedó viuda mi abuela pasaba tres meses con nosotros y otros tres con mis tíos. Yo solía pensar que le podría preguntar cosas, que un día no muy lejano ya sería tarde; pero apenas lo hice, no sé por qué, por no incomodarla en parte. También podría haber apuntado sus dichos, que tenía muchos.
    Decía, por ejemplo que San Pedro había querido ponernos dos estómagos y que menos mal que no se había salido con la suya. Otro, que me hacía gracia, dedicado a cualquiera que aparentara riqueza: “si es riquito que coma dos veces”. O si coincidía que estábamos algo apretados en la mesa, “si tuviéramos tanto sitio en el cielo...”.
    La noche de fin de año, cuando después de las campanadas empezaba la música en la tele y brindábamos en casa, se levantaba del sillón y decía con un amago de movimiento, “¡el primer baile del año!”. Y el último, pensaba yo, recordando que hacía un año había dicho lo mismo y con toda probabilidad al año siguiente lo diría otra vez.
    Cuando andaba ya por los noventa años una noche me desperté al oír un ruido, un golpe, seguido de lamentos apagados procedentes de su cuarto. Nadie más se había dado cuenta así que fui a ver y me encontré a mi abuela en el suelo, en camisón. Se había caído de la cama y no podía levantarse. Le ayudé a acostarse de nuevo y me lo agradeció muy sentida. Me conmovió.
    No mucho más tarde murió. Le tocó cuando estaba en casa de mis tíos y el velatorio fue allí mismo. Ahora me doy cuenta de que es una costumbre que desaparece (el velatorio en casa). Luego entre los nietos bajamos el ataúd por las escaleras, con cierta preocupación por mi parte de poder salvar con dignidad los giros en los descansillos.

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