viernes, 11 de febrero de 2022

Inmarcesible

    Cara, rostro, semblante, fisonomía, si hay tantas palabras para referirse a esa parte de nuestro cuerpo es porque debe ser la más importante. La más expresiva, quiero decir. Cuando empezó la televisión en color lo más difícil fue reproducir el tono de la cara, ya que es el color hacia el que nuestros ojos muestran mayor sensibilidad. Al ojo le da igual que un jersey sea más o menos azul pero se horroriza ante una desviación mínima del tono real en la piel de una mejilla.
    Damos mucho importancia a los detalles de una cara, y la tienen. A veces se ve el futuro en un rostro. Eso pasa cuando sea por lo que sea, la luz, el gesto o el cansancio, de pronto vemos como será esa persona dentro de veinte años. Es inquietante. Otras veces vemos el pasado, cuando por motivos complementarios asoma la gracia adolescente del pasado.
    Una cosa que no acabo de comprender es por qué algunos rostros nos parecen bellos y otros no. En parte es por la tendencia estética del momento y también debe ser, sospecho, algo instintivo relacionado con la pervivencia de la especie. Pero en esa belleza que percibimos no todo es la armonía de los rasgos y la frescura de la juventud. Hay otro factor tal vez más importante que es la medida en la que la personalidad, la fuerza interior, las ganas de vivir, se reflejan en nuestra expresión. Ese factor tiene una gran ventaja, no se marchita con los años.

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