sábado, 26 de febrero de 2022

Experimento

    Dos minutos en la oscuridad. Vale, cierro los ojos. No es mucho pedir, dos minutos, el tiempo recomendado para limpiarse los dientes. Hablamos de una oscuridad total, lo que ve o no ve un ciego. Pero no es suficiente, me parece, habría que añadir silencio, ausencia también absoluta de sonidos, lo que no ve y no oye un sordociego.
    Me estoy desviando del experimento. Experimento o experiencia. Todo experimento es también una experiencia, y toda experiencia se puede considerar un experimento. El ojo tiene memoria y mi oscuridad es azulada al principio. Luego se vuelve negra, pero no del todo sino de un negro impuro, con manchas, porque el sistema visual (la pupila, la retina, el nervio óptico) no es perfecto. El silencio tampoco puede ser absoluto, a ese silencio antinatural solo es posible acercarse en una cámara anecoica. Verlaine, el poeta, fue una vez a Holanda a dar unas conferencias y en la maleta solo llevaba un diccionario. Lo consulto; anecoico, que no tiene eco.
    La oscuridad, ¡céntrate! No me centro, prefiero la digresión. Ese “céntrate”, segunda persona del singular, me lo he dicho a mí mismo, y yo soy mi muy querida primera persona. ¿Por qué no tiene primera persona del singular el imperativo? Ahí veo un nicho de mercado gramatical, porque de vez en cuando viene bien darse órdenes o exhortarse a uno mismo. En vez de “céntrate” propongo la forma ¡céntreme! El imperativo se apoya en el subjuntivo, quién lo diría, y lo bueno del subjuntivo es que se puede utilizar sin saber muy bien qué es. Dos minutos sumidos en la oscuridad y el silencio dan para pensar cualquier cosa; por ejemplo, que la mejora continua se puede aplicar también a la gramática.

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