lunes, 13 de febrero de 2023

De-rri-da

    Para decirlo todo —esto es una medio disculpa— si cuento algo propio (algo propio de mi vida exterior, se entiende) suele ser porque soy el testigo que tengo más a mano.
    Me llamo Javier. Me pusieron ese nombre para distinguirme, para que no tuvieran que referirse a mí como “ese niño”. Es la costumbre, adjudicar un nombre a cada recién nacido para darle una identidad, o mejor dicho para reforzarla. Pero mi padre se llamaba Javier y el vecino de abajo también, llamarse así no es nada original. Nunca he dicho a nadie que se dirigiera a mí de una forma u otra. Me han llamado Xabier, Xabi, incluso Javichu y en familia soy Javi pero si me preguntan digo que me llamo Javier, escribo Javier en los formularios y firmo Javier donde haga falta.
    Trabajando me ha pasado estar en un grupo con tres y hasta cuatro Javieres. Cuando oigo el nombre por la calle me vuelvo a mirar, por si acaso. Incluso a veces me llamaban a mí. Al cura que me bautizó no le pareció bien el Javier a secas. Esto era antes del Concilio Vaticano II; igual has oído hablar de él, tuvo su importancia. El cura opinó que debía ser, en todo caso, Francisco Javier, pues ese era el nombre del santo y no sé ahora pero en aquel tiempo (broma evangélica) los nombres permitidos por la Iglesia, o por aquel cura, eran los que estaban refrendados, diríamos, por un santo o santa, por un personaje histórico o inventado pero elevado a los altares.
    Vale, vayamos con la idea. La idea es de Derrida, no he leído nada suyo, lo digo por autora intermedia, por Elif Batuman. Se trata de la paradoja del nombre, del hecho de que cada nombre lleve implícito lo singular y lo plural. Escribió Derrida: la singularidad del nombre propio es inextricable de su generalidad. Lo repito aquí porque me suena bien el apellido, de-rri-da, y para celebrar que lo he entendido ya que las veces que me he tropezado, repito: tropezado, con algún texto suyo me ha resultado incomprensible (e inextricable).
    Incido en la idea: te pongo Javier —o Pedro, o el nombre que sea— para distinguirte de los demás y al mismo tiempo te estoy colgando una etiqueta que ya llevan miles, decenas de miles, cientos de miles de personas. Algo se derivará de esto, Derrida no lo diría por decir.

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