jueves, 16 de febrero de 2023

Esa ley (1)

    Si alguien habla en tu idioma no te hace falta intérprete, le entiendes todo, o casi todo. Escribo esto y justo me acuerdo de una cosa que contaba David Bowie, algo que desmiente lo que acabo de afirmar, suele pasar. Decía Bowie que cuando de adolescente escuchaba cantar a Fats Domino —sí, estaba gordo; y además tocaba el piano— no le entendía nada de lo que decía, pero nada. La pronunciación cerrada de Domino, que era de la parte de Nueva Orleans, creo, resultaba incomprensible para él y el efecto paradójico era que aquella música le fascinaba aún más.
    Estas cosas pasan, decía; pero, insisto, en general si se hace uso de una versión estandarizada de la lengua, la de los locutores en la televisión, por ejemplo, entonces no hace falta contratar un intérprete; supongo que estaremos de acuerdo.
    Pues bien, ese, el de la interpretación no deseada es el problema de los jueces, o sea de la justicia; o uno de los problemas en cualquier caso. Porque al parecer lo que hacen los jueces es interpretar las leyes cuando lo ideal sería que solo las leyeran y las entendieran a la primera y sin posibles ambigüedades. La consecuencia de que los jueces interpreten una ley es que unos la interpretan de una manera y otros de otra.
    Será inevitable, de acuerdo, será; pero dejadme soñar que es posible redactar leyes que solo necesiten interpretación para traducirlas a otros idiomas, leyes europeas por suponer un caso; dejadme imaginar que es posible ponerlo todo bien clarito para que nadie pueda malinterpretarlo y de ese modo las leyes tengan el efecto deseado, sabiendo de todas formas que nadie es perfecto y menos las leyes, qué le vamos a hacer. Y sí, me refiero a esa ley.

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