viernes, 10 de febrero de 2023

Tenemos dos vidas

    Hablar de uno mismo está mal visto, además a quién le importa (salvo al que habla, claro). Otra cosa es escribir, porque en la comunicación oral hace falta alguien que escuche y por escrito no; escribir es una actividad solitaria independiente de las posibles futuras lecturas.
    No sé si he empezado bien. No sé si escribir de uno mismo es de buen o de mal gusto. Lo que sí sé es que hacerlo de verdad requiere una osadía que no poseo. Hay pocos escritores que sean capaces de escribir de sí mismos sin filtros. Los detalles personales que pueda contar no creo que revelen mi auténtico yo, y con esto no estoy insinuando que se esté perdiendo nada maravilloso, más bien al contrario.
    Tenemos dos vidas, la que vivimos hacia afuera y la que nos guardamos para nosotros. No es nada nuevo, me parece; es una idea común que también subscribió Chéjov. En su cuento La dama del perrito, el protagonista —en un párrafo bastante más largo que he resumido—, hace esta reflexión: Tenemos dos vidas, una abierta, llena de franqueza relativa y relativa falsedad y otra con todo lo esencial oculta a los ojos de los demás y en la que uno no se engaña a sí mismo.
    La vida interior es la auténtica; o la más auténtica porque la otra también lo es en cierto grado. Así que en realidad no había escrito nunca de mi yo íntimo hasta este momento en el que quiero hacer un pequeño apunte de lo que hay ahí escondido: un ser desvalido que se quiere ver tal cual es, que maneja como puede sus miedos y sus manías, que alguna vez ha soñado que está en un lugar público en calzoncillos. Ese yo interior, de pocas convicciones y muchas dudas, es muy delicado, cualquier rozadura le pone la piel en carne viva así que como medida profiláctica no hablo nunca de él. De quien escribo es del otro yo con vistas a la calle que siendo en parte el auténtico lo disimula en lo posible.

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