martes, 7 de febrero de 2023

Viaje al centro de la Tierra

    Esa noticia de que el núcleo de la Tierra podría estar girando en sentido contrario al de su rotación aquí fuera, la leo y me encanta. De paso también me recuerda la expectación ilusionada del adolescente ante las maravillas del mundo, algo así debió de sentir Aureliano Buendía cuando su padre lo llevó a conocer el hielo.
    Aquí afuera la Tierra gira de oeste a este como una peonza pero al parecer dentro, muy dentro, en el núcleo —así lo llaman— puede —cómo estar seguros—, solo puede, que el núcleo, esa bola mucho más pequeña que está dentro de la bola achatada por los polos en la que viajamos por el espacio, esa bola más pequeña que debe de estar hecha de una masa incandescente, no sé si líquida o gaseosa; o igual es sólida, una canica de material muy, muy pesado, ese núcleo, vamos el núcleo para entendernos, gira más despacio, o se ha detenido, o ha empezado a girar hacia el otro lado —ja, esa sí que es buena— debido a los campos electromagnéticos, que lo explican todo, o si no han sidos ellos habrán sido otras fuerzas de las que alguien, los científicos, han observado los efectos aunque aún no sepan las causas.
    Lo curioso es que todo esto lo saben, o lo suponen, sin haber excavado en la corteza terrestre más allá de doce kilómetros… y hasta el centro de la Tierra hay más de seis mil. Fueron los rusos los que se empeñaron en perforar —el siglo pasado— y les costó años llegar a esa profundidad. Tuvieron que dejarlo porque la temperatura allí abajo era de 180 grados, la maquinaria se fundía. Tan cerca, solo doce kilómetros, y 180 grados; por el otro lado, por arriba, a doce mil metros de altitud la temperatura anda por los 50 bajo cero. Y nosotros aquí en el medio, vivos de milagro, frágiles organismos pluricelulares capaces sin embargo de estudiar las ondas sísmicas y deducir el comportamiento del núcleo del planeta. Claro que igual acertamos como Aureliano que al tocar el hielo dijo que estaba hirviendo.

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