martes, 11 de abril de 2023

La humana imperfección

    Nos gustan las cosas simples y es un problema porque en general son complicadas. Por ejemplo, la Historia. La tendencia, me parece, es a simplificar y tergiversar. Todos los indicios dan a entender que nada sucedió tal y como figura en los libros; las anécdotas puntuales lo que menos. Aquello tan bueno que dijo este o el otro no lo dijeron en absoluto; ahora, que bonito hubiera sido si lo hubiesen dicho.
    Maria Antonieta no dijo lo de que si no tienen pan que coman bollos (brioches) y tampoco Luis XIV que el estado era él. Ni lo escrito, si es lo suficientemente antiguo, es fiable. Pasó con el mismo Shakespeare, a partir de manuscritos en los que alguna que otra palabra resultaba ilegible amanuenses bienintencionados las sustituyeron por otras de su cosecha creando, a veces, brillantes imágenes poéticas.
    No sucede con los libros impresos; esos se conservan —cuando se conservan— tal y como salieron de las manos del impresor, hayan pasado cuatrocientos o quinientos años. Reeditar un libro clásico cambiando el texto es una vileza que debería estar penada de algún modo. Lo que se puede hacer, eso sí, es poner notas a pie de página explicando lo que sea —o no sea— preciso bajo la responsabilidad del erudito que quiera iluminarnos (esto incluye el libro de Hitler). No cambiemos lo que escribieron en tiempos pasados, a quién queremos engañar.
    Otra cosa son los libros adaptados para niños, avisando siempre de que no es el texto original, claro. Ad usum Delphini —para uso del delfín— es una expresión que en su origen se refiere a la colección de libros clásicos desprovistos de cualquier pasaje escabroso o que se juzgara inconveniente expresamente adaptados para la educación del delfín, el hijo de Luis XIV —el estado era él pero no es probable que lo dijera—. Por extensión pasó a aplicarse a cualquier texto adaptado, censurado o expurgado.
    Últimamente se le ha dado otra vuelta de tuerca al tema y en algunos casos se está procediendo a “adaptar” para los niños de hoy libros de ayer que ya estaban escritos para niños; doble salto mortal, error, engaño, trampa chapucera.
    No es sano esconder el pasado y no seamos tan ilusos de creer que hasta ahora andaban perdidos y nosotros sí que sabemos la forma correcta de escribir narraciones infantiles. Además son precisamente los niños que leen —benditos sean— los que tienen derecho preferente a conocer los valores y el lenguaje de antes, compararlos con los de ahora y sacar sus propias conclusiones.

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