miércoles, 26 de abril de 2023

Sueño en tres actos

    No sé si habrá una forma canónica de interpretar los sueños, de lo que no hay duda es de que algo dicen del soñador. En este sueño, como suele pasar, soy mucho más joven que en la realidad. Consta de tres actos que transcurren en el pueblo de mi infancia.
    Primer acto. Estamos en una cena repartidos en dos o tres mesas alargadas. Curiosamente los que me rodean son a la vez conocidos y desconocidos. Acabado el plato principal, que estaba bastante rico (cuál era no ha quedado claro), una camarera nos trae el postre. Los tazones de arroz con leche van de mano en mano y cuando veo que los que están a mi izquierda ya tienen cada uno el suyo intento quedarme con el siguiente pero el que tengo enfrente lo coge para seguir repartiendo por su lado y a mí me llega otro tazón no tan lleno. Por instinto alargo la mano para recuperar mi arroz con leche y cambiarlo por el que me querían encasquetar. Mientras hundo la cucharilla me doy cuenta de que he hecho mal. Otro comensal, que se parece mucho al que me había arrebatado el tazón, se me encara pero sin terminar de decir o hacer nada. Por los rasgos de ambos les tomo por venezolanos, aunque luego pienso que son más bien medio filipinos.
    Segundo acto. Terminada la cena no tengo autobús para volver a casa y decido quedarme en el piso de mis tíos (en el que en la realidad aún vive mi tía de 97 años, viuda). La puerta está abierta y no hay nadie. Por la mañana me asomo por la ventana y abajo en la calle está mi tía sentada en un sofá; esperando a que me despierte, sin duda para no molestarme. Mi tía está muy elegante y me alegro de verla. Detrás de ella, en el edificio que antes era el cine de mi niñez, veo que han abierto un restaurante de lujo.
    Tercer acto. Ya es mediodía y estoy en lo que parece un club de jubilados. Ha habido una explosión nuclear no lejos de allí en el barrio en el que vivían mis abuelos y, aunque sabemos que no servirá de nada, tenemos las puertas y ventanas cerradas mientras esperamos a que llegue la onda expansiva. No hay mucho que decir y sin creérmelo yo mismo farfullo la frase “cada uno puede rezar lo que sepa”. Entonces se empieza a oír in crescendo el ruido de la explosión que se aproxima y a sentir un temblor cada vez más intenso hasta que súbitamente todo queda a oscuras y en silencio. Esta paz, pienso, debe de ser el final.

No hay comentarios: