sábado, 8 de abril de 2023

Últimas divagaciones sobre la muerte

    La muerte no tiene efectos secundarios, de hecho no tiene ningún efecto para el que muere, al que ya nada le hace ningún daño. La muerte afecta al que queda vivo, lo que nos duele no es nuestra muerte sino la muerte de los demás, esa es la tragedia, que se mueran mis amores y mis amigos.
    Dice el adagio clásico que filosofar es aprender a morir; a morir contento, supongo, porque morir se muere uno igual. Por mi parte me conformo con aceptar el hecho de la muerte, con desear y hacer lo se pueda para que el trámite previo —los días, meses, años que antecedan a la muerte— sea llevadero.
    Mientras tanto hay que vivir, porque la vida siendo corta, también es larga. Casi todos los días vives y solo uno mueres, así que vive y prepárate para la muerte pero sin apuros porque ese examen, el examen de la muerte lo vas a pasar (y además todavía no han suspendido a nadie).
    Lo cabal es no querer morirse ni demasiado pronto ni demasiado tarde; porque, si lo piensas, lo más probable es que si la vida siguiese y siguiese, como el conejito del anuncio, llegaría un momento en el que cualquiera, hasta el vividor más recalcitrante, renunciaría, diría hasta aquí he llegado, basta ya.
    Claro que esto es entrar en el terreno de la fantasía o la ciencia ficción, por si un día los adelantos técnicos alargaran la vida de modo poco razonable. En ese caso llegaría el día de confesar: lo he visto todo, he estado en todos los lugares, he conocido a toda la gente, he amado, he odiado —y no quería— he leído todos los libros y he visto todas las series, ya todo me sabe soso, estoy harto y aburrido y me he dado cuenta de que sigo sin entender nada.
    Uno acabaría comprendiendo lo bien pensado que está lo del envejecimiento y la muerte. La vida indefinida no es viable, no tal y como es el mundo, el mundo que gira y gira sin pararse ni un momento hasta que se pare, que se parará.

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