domingo, 23 de abril de 2023

Mi madre es una niña

    Mi madre..., mi madre es una niña. Se me ha quedado la frase, dicha por una treintañera; una mujer que va ya embalada por la vida, más o menos. La interlocutora era otra chica de su edad. Chica, la costumbre. Llamamos chica, o chico, a cualquiera y de pronto estamos llamando chica a una “chica” de setenta años.
    Estas chicas —mujeres si somos rigurosos— de más de treinta años llevan ya un tiempo trabajando después de una larga etapa de estudios y tanteos. Estaban hablando, charlando, de todo; de parejas, de padres y madres, de vida emancipada, de pisos, de cosas así cuando una de ellas, la más reposada, la que más bien escuchaba, dijo la frase: Mi madre, mi madre es una niña.
    La coma, la pausa, es importante. Hablando de madres, la mía... me paro para que te vayas haciendo una idea, te va a sorprender, la mía es una niña. No es una madre corriente, como pudiera ser la tuya; una de esas madres, ya se sabe, con sus consejos sobre la vida doméstica, su afán protector y los nietos que no llegan mientras los años pasan para todos.
    El tono en que lo dijo, mi madre es una niña, era de constatación tranquila de una realidad que explicaba muchas cosas. Asumía con naturalidad aquella condición de su madre, aquel mundo del revés donde los roles se invertían. Estaba dando a entender, de modo indirecto, su propia madurez, modestia aparte; la madurez de la hija treintañera, emancipada, con trabajo y pareja; con la vida en marcha y dispuesta, parecía, a cuidar también un poco de su madre. Qué remedio.

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