sábado, 9 de marzo de 2024

El siglo de la marmota

    Hace más de cien años, en los comienzos del siglo XX; del que, por cierto, soy nativo, como muchos; algo que tiene remedio porque cada vez seremos, o serán, menos sin remedio. Me he perdido en la frase, como un río que se adentra en el desierto y desaparece en la arena; como el Colorado, campeón mundial de la erosión, que no llega al Golfo de México —qué sorpresa me llevé al saberlo— pero no es porque se ahogue en ningún sitio sino por la mano del hombre y de la mujer.
    Retomo la primera frase (decía uno que retomar estaba mal dicho, no sé): hace cien años, más o menos, el momento que vivía la humanidad era muy parecido al actual. No me estoy expresando bien. Tercer intento, el último que me queda: hace algo más de cien años las sensaciones que tenía el ser humano eran muy parecidas a las que tenemos ahora. O parecidas a secas. Está en los libros, en la literatura.
    Como ahora, sentían que la vorágine se había apoderado del presente. Vorágine en su tercera acepción: Aglomeración confusa de sucesos, de gente o de cosas en movimiento. Creían que el programa de la lavadora del progreso había entrado en la fase de centrifugado, que el ser humano había conseguido hacer realidad lo que hasta entonces solo habían sido fantasías imposibles.
    ¿Ejemplos? Ahí va uno: volar, ¿te parece poco? O la radio, el cine, el automóvil, la electricidad, la teoría de la relatividad. Los avances científicos y tecnológicos le parecían magia a la gente normal; como los de ahora me lo parecen a mí, que también soy normal, creo. El mismo Nueva York, por ejemplo, puede incluso que no sea en nuestros días tan efervescente como era entonces.
    Lo preocupante es que se podría suponer que los próximos cien años guardarán un parecido razonable con lo que se les vino encima a aquellos tatarabuelos nuestros: un desastre absoluto, con dos guerras mundiales incluidas. Así que aquí estamos, en la cresta de la ola, a punto de que rompa con estruendo.

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