domingo, 24 de marzo de 2024

Retrato a vuelapluma

    No sé como se llama; no había reparado nunca en él hasta que empecé a verlo en el gimnasio. Casi siempre se paraba al lado de alguien que hacía ejercicio y le daba conversación. Parecía conocer a todo el mundo. Por su parte no le veía esforzarse gran cosa en las máquinas. 
    Luego me lo he ido encontrando en otros sitios. Varias veces por la calle acompañado de un perro de esos muy delgados, una especie de galgo o de afgano, no distingo las razas. O leyendo el periódico en un bar con un café con leche; alguna vez vestido con el pantalón corto del gimnasio, enseñando las pantorrillas. En otra ocasión fui a comprar el pan y estaba él allí, contándole a la panadera que se había levantado por la noche y había tenido que sentarse en la taza del váter porque tenía la tensión baja y se estaba mareando; un tipo de confidencia que a mí no se me ocurriría hacer, por lo menos no en la panadería.
    No sé, imagino que vive solo, que necesita hablar con alguien y que lo hace a la menor oportunidad. Pero mi impresión es que no es bueno socializando. La gente conversa con él amablemente pero los lazos nunca se estrechan. Me produce una vaga sensación de tristeza, de desamparo.
    Por otra parte, a poco que lo piense me doy cuenta del buen número de coincidencias entre él y yo (aunque no tengo perro). No lo conozco (nadie conoce a nadie) y mi sistema inmunitario me hace creer que mi tristeza y mi propio desamparo son menores que los suyos; incluso que en mi caso están en valores negativos (y se trata por tanto de alegría y amparo). En fin, adapto el dicho: todo el mundo tiene lo suyo; menos yo, que tengo lo mío.

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